La vida de una soltera fuera de clases es una llena de aventuras, plagada de emociones fuertes e infestada de adrenalina. La adaptación al nuevo ambiente no es gradual, como en la mayoría de las especies: de un día para otro empiezas a llenarte de diligencias, cosas que hacer y gente que visitar. Las habituales ocupaciones mentales e intelectuales son desplazadas por las domésticas. Un día se consagra únicamente a exterminar la fauna y flora del armario. Cinco años y medio en la facultad de arquitectura te han preparado para el momento en que vas a reorganizar los muebles de tu cuarto tomando en cuenta criterios correctos de circulación y separación de actividades. Que al final de la remodelación quede mobiliario que ahora no cabe no es culpa del diseñador, son gajes del oficio, y siempre hay espacio que necesita ser ocupado en la bodega de la casa.
El nuevo tiempo libre es consagrado a las amistades y la familia. Das gracias a Dios que tus amigos sepan cocinar porque eso significa constantes invitaciones a almorzar. No es una tarea muy ardua porque no son tantos, pero ahora puedes recorrer todos los cafés de la ciudad con toda la libertad del mundo, hasta dos o tres veces en un día. Se regresan a las andanzas de la vida nocturna: martes de mitad de precio en el cine, miércoles de peso en Bamboo, sábados en Light, billares, Manatee’s… Logras recopilar las reglas para una salida exitosa a discoteca (usar zapatos cerrados de punta dura; dejar el suéter en el carro, con una botella de agua para la salida; preferir ropa oscura que no se deshaga en una lavada y que no te importe llenar de humo de cigarro; bailar en los límites de la pista de baile, cerca del aire acondicionado o de la salida de emergencia –si es que el lugar tiene una-; no llevar cartera pero sí a tu amigo para que ande tu celular y billetera, aunque las llaves de la casa las debe cargar uno mismo, en caso de secuestro).
La mejor motivación para las visitas de compromiso es no tener nada mejor que hacer. Navidad con los amigos de tus papás que no mirabas desde que tenías menos de un metro de estatura. Visitas post navideñas a las tías que te sirven más tragos que tus amigos. Segunda demonstración de tus conocimientos arquitectónicos cuando tu primita de cinco años requiere que desarmes correctamente una casa de muñecas. Salidas a Santa Lucía con tus padres, ahora que descubriste que media hora en el carro pasa rápido si llevas una almohada y un suéter para los aires acondicionados exagerados.
Pero lo más importante de estos períodos de transición es que ahora puedes dedicarte a todas esas faenas que sólo se pueden disfrutar en solitario. Como el subestimado fino arte de la correcta aplicación del esmalte de uñas. Se requiere investigación previa, tener asegurado en la tele un programa que no te deje desesperarte la hora y pico que tardan en secarse las dos capas de barniz, la base y el sellador, y por supuesto, práctica, mucha práctica. Disfrutas las ya olvidadas siestas de los sábados en la tarde. Rompes tu propio récord de cuántas horas seguidas puedes ver un canal sin tener necesidad de cambiarlo. Subes de nivel en WoW como si te estuvieran pagando por lograrlo. Tienes programadas visitas al dentista para extracción de cordal, corte de pelo, posible revisión con el oftalmólogo, reanudar clases de baile y prácticas de fútbol. Y un facial casero.
Oh, sí, la vida de una soltera fuera de clases es una llena de aventuras, plagada de emociones fuertes e infestada de adrenalina.
Tengo dos hermanas cosmetólogas. Y creeme que nunca en la vida he escuchado tan teorizado lo que llamas el 'subestimado arte de pintarse las uñas'. Me sacaste la risa y pude sentir el olor de las pinturas mientras lo narrabas. Yo creo mucho en que luego de períodos demasiado extensos de trabajo, viene muy bien lo que vos narrás, 'nada' particularmente, sino, como le llamo yo, 'vegetar'. Es fascinante.
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