A finales de mayo de este año, por motivos de un trámite legal, me vi en la necesidad de obtener una constancia médica emitida por la Sección de Salud de mi universidad. En los 6 años que tengo de estar allí nunca había puesto pie en esa parte, de hecho hasta le huía, y en un semestre que corrió el rumor que sólo iban a poder matricularse los que tuvieran un expediente médico activo, hice la fila para sacarlo, pero era tan larga y hacía tanto sol que al final desistí. En esta ocasión no tuve remedio y llegué como me imagino que ha de llegarse a una clínica pública: excesivamente temprano. Ya había mucha gente esperando antes que yo, pero ese día el terror y la ansiedad me llenaron de paciencia, y no me quejé. A pesar de estar en un ambiente controlado y aislado de las inclemencias del Hospital Escuela, tanto las enfermeras como la recepcionista asistieron a la misma escuela de atención al público que las secretarias del mundo y las señoras de registro. La gente es malcriada, grosera y esperan que sepas de antemano lo que debes hacer aunque esta sea tu primera vez en un lugar semejante. La sala de espera a las clínicas es un pasillo angosto con bancos en uno de sus lados, y con un televisor encerrado en una jaula que sólo muestra canal 5. Debes estarte moviendo cada vez que alguien entra a consulta, y llega tanta gente que el pasillo (sin ventilación natural o artificial de ningún tipo) se vuelve asfixiante.
Esperé, por muchas horas esperé, muriéndome de la angustia por estar allí, por no tener razón aparente para estar allí, pero temiendo en el fondo sí tener una. Quitando a los oftalmólogos, dentistas y neurólogos, nunca he ido a revisiones médicas, mucho menos por mi cuenta. Esto aumentaba la paranoia: ¿sería capaz de ser sincera o de hablar de todo aquello que me avergüenza con un doctor con quien no compartiera lazos sanguíneos? Miles de horas después, llegó mi turno. La doctora era dulce y se miraba buena gente. Empezó a interrogarme, y lo primero que pregunté fue lo concerniente a la confidencialidad de mis respuestas. ¿Afectaría mi honestidad el resultado de la razón por la que necesitaba esa constancia? ¿Habría forma de que alguien tuviera acceso a esos archivos con sólo desearlo? Ella me reconfortó y me dijo que todo quedaría entre nosotras. Probablemente todos estos años lo único que he necesitado es justamente alguien con quien hablar de todo y no sentir el martillo del juicio sobre mi cabeza. (Eso es lo único que extraño de ser católica: las confesiones.) Porque ya no tengo de esas amigas con quien relatar nuestras más oscuras intimidades, y hasta para los novios uno debe tener un mínimo de censura, por la sencilla razón de que los hombres no pueden entenderte a cabalidad porque no comparten tu estructura física. Así que se lo dije y no pude verla a la cara en ese momento. Me sentí tan martirizada, pero ella ni siquiera tuvo que decir nada: a lo largo de todo el proceso fue tan paciente, tan comprensiva que me sentí un poquito más reconfortada, aunque no redimida. Me sentó en la camilla y al verme los brazos exclamó sorprendida que no tomo agua. ¿Cómo lo sabe? Al parecer las tonalidades cambiantes y desiguales de mi piel morena y unos puntitos blancos regados sobre ella indican deshidratación. Lo confieso, en esos tiempos obtenía mi agua de café nada más. También me vio delgada y comprobó al pesarme que estaba por debajo de mi peso normal, mucho menos del ideal. Por un lado, no hago ejercicio y si a eso agregamos que tiendo a bajar de peso en periodos prolongados de estrés, eso no me sorprendió; estaba finalizando las clases, Taller y Obras estaban en pleno apogeo, sin contar Diseño que era como esas moscas que no logras sacudirte de encima. Casi le pido que repitiera el examen de la vista porque vivo con la paranoia eterna que en algún momento vuelva a necesitar lentes, pero eso fue lo único que andaba bien, irónicamente.
Me mandó a hacer exámenes de todo tipo y regresé a los dos días. Quedé tan asustada de los resultados. Estaba casi anémica, tenía parásitos, me seguía una nube de langostas egipcias: quedé asustada de la cantidad de cosas que andaba cargando, que tenía con valores bajos, que es anti natural que una joven que tiene todo para estar sana esté padeciendo. Me recetaron de todo, incluyendo vitaminas por los siguientes tres meses, y por todas las consultas y las medicinas no pagué absolutamente nada. Se despidió de mí tan amablemente, diciéndome que tenía que regresar en un año (cuando técnicamente ya no seguiré matriculada en la universidad porque si todo sale bien seré egresada, en el caso ideal graduada, pero en ambos casos no aplicaré para este tipo de servicios).
Salí de allí aliviada por tener mi constancia, orgullosa de mí misma por haber sobrevivido a ese calvario, pero avergonzada por no haberme cuidado lo suficiente, por haber confiado en que otros garantizaban mi bienestar. Comprendí que no tenía nadie a quien culpar por mi mala salud que a mí. O mejor dicho, si me responsabilizo por ella puedo hacer algo, en vez de entrar otra vez a los conflictos de no recibir lo esperado de alguien y enojarse secretamente por eso. Me tomé las vitaminas recetadas por un mes, pero al siguiente necesitaba mi forma 02 para reclamarlas en la farmacia, y como no matriculé el periodo corto no podía pedirlas. A casa llevaron un bote de pastillas a punto de vencer que luego botaron.
Tengo la teoría de que al dedicar el mayor porcentaje de tu día en una actividad, al llegar a casa buscas distraerte y no pensar en ella. Por eso es que los arquitectos terminan con casas propias que no son funcionales, o los ingenieros con parqueos en los que no cabe un carro de verdad. Ahora que la caída de mi pelo ha alcanzado volúmenes titánicos, me han prohibido el café, la coca cola, cualquier cosa con cafeína, porque supuestamente eso descalcifica y te hace perder cabello, pero he mejorado mi dieta y continúo con mi problema. Hace dos días recordé mi pasado anémico y me di cuenta que es tiempo de volver a hacerme exámenes. Por mi cuenta, preferiblemente.
Pues me han ofrecido aparecer en un anuncio televisivo diciendo que mi familia siempre ha sido liberal y que apoyo a cierto candidato, que en vez de concentrarse en ser presidente del congreso ya empezó a hacer propaganda política. Me ofrecían 500 lps para hacerlo.
Volveré a postear cuando finalmente deje de carcajearme.
Desde la perspectiva de Kant para poder afirmar que algo es bello se deben cumplir cuatro características, o se visualiza desde cuatro momentos: el primero es experimentar satisfacción sin ningún interés con respecto a ese objeto, esto significa no querer poseerlo, no limitarnos únicamente a que lo percibimos con los sentidos y que por esta razón nos hace sentir bien (en ese caso el objeto o la obra es agradable), y tampoco porque sea buena, tanto buena como medio (útil) o buena en sí, porque entonces es por gracias a nuestra razón que experimentamos satisfacción, por el concepto que tenemos del objeto. El segundo momento expresa que lo bello es lo que agrada universalmente sin concepto. Esto significa que todos los seres humanos son capaces de experimentar o de afirmar que algo es bello, sin embargo, esta experiencia es subjetiva ya que no todos estarán de acuerdo en que algo entra dentro de esta categoría, y “no hay juicio estético que pueda legítimamente reclamar el asentimiento universal”. Cuando consideramos una obra desde un concepto la estamos categorizando con nuestra razón, entra entonces el interés y nos hemos alejado del dilema de si es bella o no: pasamos a discutir si podemos llamarla buena. La única finalidad de la obra es ser percibida sin representación de fin: lo que explica este tercer momento es que algo bello sólo existe para ser bello y nada más. Al asignarle un propósito estamos agregándole un concepto, cuestionamos si el objeto cumple con el objetivo para el que fue creado, y eso también anula nuestro dictamen de si es bello. Por último, algo bello se reconoce sin concepto, como el objeto de una satisfacción necesaria por todas las personas que buscan hacer creer a otros que algo que ellos califican de bello los demás deben percibirlo así también, aunque no lo logren.
El conflicto se origina si tratamos de juzgar obras arquitectónicas desde el punto de vista de Kant. En primer lugar porque una obra nace gracias a una necesidad, a un interés: alguien requiere de un proyecto en específico y le pide a un diseñador que lo proyecte según sus deseos. El proyectista va a crear su obra tratando de traducir lo que desea la persona que lo buscó y al mismo tiempo reflejando la educación que recibió, sus propios gustos, su propio deseo de sobresalir. Es casi inevitable que no entren en juego la vanidad, el querer ser recordado por sus contemporáneos o los que han de venir después, cuando se tiene tanto poder como hacer vivir o trabajar a varios seres en un espacio que uno ha concebido. Por mucho que haya arquitectos que utilicen el método de la “caja negra”, en la que la forma del edificio, que se les presenta a ellos en un chispazo de inspiración de origen azaroso y desconocido, es más importante que su función, la obra debe cumplir con ella, en mayor o menor medida, pero si no lo hace sencillamente es inutilizable. Dicho en otras palabras, la arquitectura cumple un fin, no es escultura a gran escala.
Muchas obras que consideramos valiosas y esenciales son justamente consideradas valiosas por el concepto que traducen, por la mentalidad, la idea que las hizo nacer y que pretenden perpetuar. Por ejemplo, se puede considerar bello el Partenón sólo con verlo, pero se le entiende de manera diferente si sabemos que fue hecho con proporciones áureas, y los diseñadores tienden a respetar a aquellos que logran resultados sorprendentes aún siendo restringidos por las reglas; es como si conocer el concepto agregara algo más porque sentirse emocionados al ver una obra. También Kant nos dice que cualquier ser razonable y sensible puede juzgar bella una cosa que conmueve sus sentimientos, pero los edificios de una ciudad son financiados por aquellos que pueden pagarlos (una élite, como dice el matemático y crítico Nikos Salíngaros), y ¿acaso es justo que todos tengamos que soportar los resultados concretos de su satisfacción, muchas veces guiada por modas y arquitectos celebridades, cuando no necesariamente corresponde al de la mayoría, o cuando los edificios que aprueban resulten visualmente agresivos, fuera de contexto o incómodos para sus usuarios? Sin embargo, la mayoría de las personas, muchas veces incluso los arquitectos, no se molestan en estudiar o conocer de teoría arquitectónica, y por eso su juicio es limitado y creen que su sentimiento es ley suficiente para opinar en asuntos estéticos. Por otro lado, numerosas construcciones no son comprendidas hasta muchas generaciones después de la que la que las vieron nacer, y porque algo no sea aprobado popularmente no quiere decir que no haya un enfoque bajo el cual tenga valor o por lo menos tenga algo rescatable.
Cuando compramos una pintura, una escultura o escuchamos una canción podemos ser todo lo extremistas que queramos, lo más subjetivos posibles y no tenemos necesidad de justificar nuestra preferencia, pero el problema fundamental de la arquitectura es que no puede ser vista con la lente reductora de la escultura: sin concepto, sin finalidad, sin interés, porque estamos creando algo que será utilizado por muchas personas, a lo largo de muchos años, y según lo que esta gente sepa o entienda del lugar que está protegiéndolo de la intemperie no va a poder apreciarlo en su totalidad. Como dicen muchos pensadores, nuestros edificios son el libro de la humanidad, y no podemos escribir en nuestro testamento “sólo porque sí”. Debemos educar a los usuarios, no porque son indignos de opinar si no saben, sino para que sepan más a la hora de emitir juicios, y el conocimiento contiene muchos conceptos, reglas: ¿cómo vamos a decir que un edificio es bello sin concepto?
Voy a partir de un enunciado: “la gente te trata como tú te tratas a ti mismo”. Esta afirmación surge de la creencia común que si uno se tiene en una alta estima no permitirá a otras personas que lo menosprecien, lo maltraten o lo hagan sufrir. ¿Dónde entra entonces la responsabilidad de los otros en cuanto a tus traumas personales, si ellos sólo estaban dándote la razón en primer lugar? Me hago esta pregunta porque en el caso hipotético de que las teorías kármicas fueran ciertas, probablemente me vea reencarnando ad infinitum debido a que otros sienten que yo les debo cosas, que a decir verdad, yo no recuerdo. Pienso en todas las personas que han de andar pululando por allí con resentimientos y odios porque yo los decepcioné afectivamente, fui una mala amiga, o hice algo que les cambió por completo en un mal sentido. Mi respuesta a todos ellos es que duermo muy bien por las noches.
En gran parte es porque de la noche a la mañana me levanté y me hice responsable por lo que siento y por lo que sucede en mi vida. He tenido ejemplos muy cercanos de gente a la que yo les echaba la culpa por mi infelicidad y el hecho que no sintieran un ápice de remordimiento me revolvía aún más el estómago. En numerosas ocasiones me encontré al borde de preguntarles descaradamente cuál es su receta para hacer tanto daño y no cargar con remordimientos, hasta que entendí que el daño estaba en mi cabeza: ellos creían que actuaban correctamente. Supe entonces que yo no soy diferente a ellos. He tenido muchos conflictos con mi pasado y con todo aquello que vivo en este momento producto de decisiones que tomé o no tomé, pero no puedo engañarme creyendo que si todo volviera a empezar las cosas serían distintas. En esos tiempos yo tenía la certeza que estaba haciendo lo mejor, que algún tipo de ayuda u oportunidades se iban a presentar, y si no pensaba que lo que hacía era correcto por lo menos estaba tan aturdida que nada habría sido distinto. Recuerdo que hasta en mis más grandes errores siempre actué con plena conciencia, y si hay conciencia no debe haber arrepentimiento: hice lo mejor que pude con la mentalidad que tenía en ese momento y los recursos que tenía a mano. Puedo lamentarme, llorar y culpar – he sacados másters en eso- pero de nada me ha servido; es una pérdida de tiempo.
No hay decisiones buenas o malas, pero en cualquier cosa que uno decide el universo lo apoya. Si alguien quiere seguir castigándose, estoy a la disposición, pero seré un instrumento y no la responsable.
El gran enfrentamiento que tienen en este momento las facultades de medicina de la autónoma y de la católica entra dentro de la categoría de “¿por qué siquiera se está discutiendo esto? (Es la misma etiqueta que lleva el asunto del camerunés que quiere ser alcalde.) Es tan obvio, tan evidente, que me parece absurdo que tengamos que invertir nuestro tiempo y energía en un asunto de esta naturaleza. Pero está bien, si insisten en que nos informemos y tengamos una opinión, la vamos a decir. La universidad católica abrió su facultad de medicina, sin tener las instalaciones necesarias para que sus estudiantes llevaran las clases que implican atención al público o aprendizaje en el campo -como prefieran llamarle-, entiéndase un hospital. No sé si su intención era construir uno a medida que pasara el tiempo, pero sabiendo que la cantidad de tiempo en que se consigue el financiamiento, un buen diseño y se realiza la construcción y acondicionamiento de este tipo de edificios supera considerablemente la cantidad de tiempo que le lleva a un estudiante entrar a la universidad y llegar a cuarto año de esa carrera, creo que las autoridades de la católica fueron muy optimistas o sencillamente ilusos. Probablemente nunca tuvieron la intención de construir el hospital; tal vez fracasaron en sus intentos cuando se dieron cuenta que no contaban con el capital suficiente, pero con seguridad que jamás dudaron que iban a encontrar una alternativa a su pequeño inconveniente, aunque esa alternativa fuera en detrimento de otros centros educativos y en última instancia del sistema de salud de la capital.
Pasó algo muy sencillo: se firmó un convenio, en el que el presidente y el cardenal aparecen como “testigos de honor” en el que se establecía que ahora esos estudiantes de la privada iban a hacer sus internados, residencias y demás en los hospitales públicos. Resulta que los estudiantes de la universidad pública hacen sus prácticas allí. ¿Dónde quedan ellos en todo esto? Creo que eso no les interesa a las partes ya mencionadas. En San Pedro Sula ya han sido desplazados casi por completo y es lo que pretenden hacer ahora en Tegucigalpa. Pero desde hace 30 días los médicos internos del hospital Escuela están en huelga, hasta que no se anule ese convenio.
Sucede que seguimos teniendo esta discusión porque en este país hasta los hombres “de Dios” se sienten superiores a las leyes y las quebrantan mientras eso satisfaga sus intereses personales. Siempre he cuestionado la intervención de un sacerdote en asuntos políticos o de gobierno, en cosas que no le competen y que no deberían de ser de su incumbencia en pleno siglo XXI (donde supuestamente hay separación entre Iglesia y Estado), pero es el colmo de la ironía que ahora busque perjudicar al pueblo gracias al cual es tan poderoso en este país, por unos cuantos que sí pueden pagarse una universidad privada. Me tiene sin cuidado que existan las universidades privadas y que sus egresados se crean o sean una competencia para los egresados de la universidad pública (al final de cuentas todos somos competencia entre nosotros también), pero me estorba que sean tan descarados a la hora de irrespetar las leyes y pretendan que uno se los deje pasar sólo porque son curas, presidentes, extranjeros o que tengan tanto dinero que puedan pagar tener las paredes de un mall al ras de la calle sin dejar retiros.
Generalmente escribo porque he perdido gran parte de mi capacidad para expresarme en persona. Desde que leí que un alto porcentaje de la paz interna se alcanza dejando de convencer a los demás de tu punto de vista me he encontrado sin muchos temas para platicar con los seres humanos. Me limito a escuchar y a asentir con la cabeza. El ejercicio tiene razón: las personas se ponen a la defensiva y no tienen intenciones de cambiar o de intentar ver las cosas desde otra perspectiva; es un gasto enorme de energía y en última instancia es inútil. Las técnicas periodísticas de entrevistar a tu interlocutor también tienen un rango limitado de efectividad. Lo que Dale Carnegie interpretaba como interés y por tanto halago y deseo de entablar una amistad, en realidad hace sentir intimidados a unos cuantos. Creen que uno va a juzgarlos o a cuestionarlos por sus vidas o decisiones y les molesta sentirse invadidos. Son unos cuantos, porque a la mayoría les encanta hablar de sí mismos, pero aprender a diferenciar a los diferentes de una manada de especímenes iguales es un trabajo agotador. Así que mi vida por escrito es muy amplia y satisfactoria, pero no puedo decir lo mismo de la real. Cuántas amistades exquisitas por chat, correos o correspondencia tradicional tienen resultados amargos y decepcionantes cuando se enfrentan al reto máximo de verse cara a cara. Es por eso que ahora no me muero del entusiasmo cuando se presentan nuevas oportunidades de conocer amigos que de alguna forma ya conozco.
Pero los amigos ya conocidos son un trabajo también.
Tengo un serio conflicto con el doctor Chopra, que dice que las relaciones son un espejo de uno mismo, pero más tarde afirma que uno debe dejar de verse a través de los ojos de los demás. Cuando analizo los estados en que se encuentran mis interacciones, de todo tipo, me preocupo, profundamente. Me asusto y me siento culpable por no hacer más. Trato de conectarme y generalmente termino enfrascada en conversaciones triviales, educadas, pero en nada sustancial que vaya a extrañar dentro de unas cuantas semanas. Otras personas se emocionan y agarran confianza, y ya se sienten con derecho a criticar o a evaluar, y eso me termina alejando otra vez, cuestionando mi acercamiento inicial. Así que me inclino mejor por la segunda afirmación, es recomendable no preguntar lo que no se quiere saber.
He atravesado múltiples estados con respecto a mi alienación y aislamiento del mundo. Comencé negándolo rotundamente y haciendo cualquier cosa por demostrarme que no era así; sufrí por mucho tiempo por no poder huir de ese gen maldito que me hace intolerante al calor humano; me enojé conmigo misma y me rechacé hasta niveles peligrosos y exagerados; pero el pasar de tantos años me ha llevado a un estado entre la aceptación y el entusiasmo: no sólo no tengo que defenderme, no tengo que exponerme siquiera si no es lo que me apetece. Estar con gente implica talentos de presentador de televisión para mantener viva la llama de la atención, desde que descubrí los libros de varios tomos y los juegos en línea ya no me asusta la perspectiva de quedarme un mes al año sin novio, es decir sin un ser que me tolere. Es una maravilla la adaptación.
Es mi gran orgullo presentar al público en general el blog de la clase de Teoría Superior de mi facultad. La idea detrás de esta página es no limitarse a las dos horas a la semana que le han destinado a la clase y experimentarla a diario, con las presentaciones de power point, ensayos de los alumnos (los míos se promocionan en este blog ;) ), temas que no se tiene tiempo de abordar de manera presencial y cualquier aporte o crítica relacionada con el fascinante tema de la filosofía relacionada con arquitectura. Por favor, visítenlo regularmente y dejen comentarios o nuevas ideas para hacer la clase más interesante. Nos morimos de ganas por recibir feedback.
He descubierto una nueva técnica para liberar tensiones y relajar el cuerpo: ir a buscar camas. Herminio muy inocentemente me propuso acompañarlo en la búsqueda de su nueva cama en varios negocios de la capital, pero él no tenía idea del día tufoso que yo había tenido antes de la una de la tarde. Me tuve que levantar temprano porque con mi clase del Seminario teníamos que ir a la Comisión de Emergencia Municipal para entrevistarnos con el gerente. Hoy era día feriado en la universidad, y fue doloroso ser la única en mi casa con deberes antes de las 7 de la mañana y la única en la ciudad recorriendo el boulevard Suyapa a las 8, porque definitivamente son mis compañeros de la u los que provocan el tráfico matutino: lo comprobé hoy que no tuvieron que ir a clases. Llegamos al Codem y nos tienen esperando un buen rato porque el señor está en una reunión. Es un buen momento para socializar, y en este lugar son sospechosamente amables, hasta nos trajeron sillas adicionales para que todos pudiéramos sentarnos en la sala de espera. Cuando finalmente nos atienden, resulta que los funcionarios allí son simpáticos y muy realistas. Este organismo es el responsable de educar a la gente para la prevención y el manejo de desastres en la capital; junto con otros organismos deciden qué hacer en caso de emergencias y trabajan para aminorar los efectos de derrumbes, inundaciones, huracanes, etc. Les explicamos en qué consiste nuestro trabajo, pero ellos tienen una mejor idea. Cierto que nos pueden dar los miles de documentos que existen sobre la vulnerabilidad física en esta ciudad, pero recopilar y editar información no sería ningún aporte a la sociedad, ¿no sería mejor enfocarnos en un solo barrio y hacer algún tipo de propuesta de parque para el día en que estabilicen el talud que los hace susceptibles de desaparecer en cualquier momento? Nos enseñan una presentación sobre el trabajo que realizan, y es tan larga y hace tanto frío por el aire acondicionado que tengo que recurrir a ese extraño talento que sólo comparto con animales acuáticos: dormir con los ojos abiertos. Salimos casi a mediodía, bajo el sol y con hambre, pero yo había prometido mis servicios para visitar construcciones. Las visitas son para aquel trabajo de Obras en el que entrevistas a maestros de obras y a albañiles y les preguntas qué están haciendo. Pero como yo ya soy veterana en ese asunto dejo a las nuevas generaciones para que experimenten y me limito a tomar fotos.
Almorzamos en el mall para darnos cuenta de la triste realidad que la comida rápida tradicional es más cara y menos rica de lo que uno cree. Mi teoría con respecto a ese cambio es la siguiente: como en estas vacaciones nos hemos acostumbrado tanto a ir a Friday’s, a Ruby’s y a Applebee’s (suena bien snob, pero en realidad han tenido buenas promociones), ahora la comida rápida de los simples mortales no es satisfactoria, y en comparación a una buena hamburguesa, la whopper no es tan barata después de todo. El food court de Multiplaza ahora es un lugar candidato para otro desmayo, como me sucedía durante mi infancia dentro de las iglesias. Las remodelaciones lo han dejado minúsculo, sin luz natural, con poco aire y mesas más pegadas entre sí; es una pesadilla comer allí. Pero recibo la llamada de Herminio, y al rato pasa por nosotros para acompañarlo a su mandado.
Con renuencia entramos a Sears, pero una oveja preciosa nos acerca a la sección de camas. Estoy en el paraíso. Mi cama ideal es aquella en la que me regalen a este peluche, está decidido. Sin embargo, subestimo la cantidad de opciones que se me presentan; elegir dónde dormir es un arte, un trabajo en sí mismo, es una carrera a la que profesionales de renombre han consagrado sus más grandes esfuerzos. Como buena tv junkie yo conozco la Sleep Number Bed, que te permite elegir la dureza, suavidad e inclinación de tu mitad de la cama con un control remoto. Tu pareja tiene otro control y puede elegir opciones completamente distintas. Pero en las tiendas eso es demasiado revolucionario todavía, puedes elegir entre firme o suave, pero la horizontalidad y la homogeneidad se mantienen. Partimos hacia Lady Lee, donde por cierto no tienen ni siquiera a la oveja, y las opciones ahora se multiplican: ¿qué tipo de cabecera quieres? ¿En qué tamaño de cama te sentirás con suficiente espacio? Si nos guiamos por las dimensiones estándar, los seres humanos han de ser cada vez más enanos y más flacos.
Resulta que hay tiendas especializadas en la venta de estos muebles. En una de ellas venden camas duras, camas suaves y camas que se hunden amoldándose a la forma de tu cuerpo, lo comprobé porque como en los anuncios, les plantas la palma de tu mano y cuando la quitas queda su forma. Las personas con complejo de princesa y que no sufren de vértigo se sentirán satisfechos con esta nueva tendencia de camas altas y de múltiples capas. Para convencerte hasta tienen un pedazo de la cama en corte donde te muestran las distintas esponjas y resortes que la componen. Yo creía que resolver las necesidades ortopédicas era suficiente para ser feliz, pero ahora hasta los problemas alergénicos quedan resueltos. Hay camas que espantan a los mosquitos, pero no tienen olor. Qué maravilla de mecanismo, yo estaba asombrada con las fundas para almohadas anti-ácaros, pero yo no estaba enterada de los avances de la tecnología. Para terminar de convencerte, la tienda esta vendía zapatillas para dormir que parecían pedazos de nube para los pies, almohadas del mismo material amoldable de los colchones, y sillas que hacen masajes. Repito, sillas mágicas que vibran y que te harán prescindir de cualquier contacto con otros seres humanos. Le puedes pedir exactamente adónde quieres que te masajee, y en qué forma. Deberían ser un derecho básico, como el agua potable.
Pero de todos los lugares que visitamos, hay uno en especial que te desconecta del mundo real y que te hace creer que todo es posible: Elements. Por fuera uno ve muebles arreglados en escenarios que los hacen parecer como si estuvieran en una casa de lujo, por dentro es el cielo de los decoradores de interiores, es la fantasía de cualquier persona que sueña con tener su propia casa. Esa es la genialidad de ese lugar, te hace preguntarte qué harías si tuvieras tanto dinero, sin mortificarte porque no lo tienes. Ir a tiendas de ropa es un escapismo, pero como es más frecuente la compra de ropa que de muebles te sientes miserable al ver -y hasta probarte- ropa preciosa que no puedes comprar en ese momento. Los muebles son más inaccesibles, están lejos según los parámetros de tu presupuesto de estudiante mantenido, te permiten soñar con toda libertad. Como estudiante de arquitectura acostumbro a vagar por la ciudad sólo para ver casas que me gustan, imaginando la vida que podría tener si fueran mías, pero ahora puedo decir que he agregado un nuevo componente: ¿qué tipo de muebles quedarían bien en ellas? Hasta la sección infantil es adictiva, “hay que tener dos niñas para no tener que elegir entre estas dos camas”. Hay un programa en Travel and Living en el que un tipo vaga por toda Europa buscando muebles de diseñador; estos son muebles anónimos y soy tan feliz, no me imagino la dicha ininterrumpida que ha de experimentar ese tipo al que le pagan por visitar comercios. Todo el día se esfuma, me siento tan aliviada. Llego a mi casa lista para trabajar y prepararme para un nuevo día de clases. Juro que el Kahlúa Frosticcino que tomamos después de las tiendas no tuvo nada que ver.
El día de ayer los alumnos de la clase de Diseño VIII visitaron los predios de la facultad de Mediciona, para conocer mejor el lugar donde desarrollarán su último proyecto. Les dejo algunas fotos:
Era sábado por la mañana, y están en huelga. Por eso está todo vacío.
Este puente que conecta a los edificios 2 y 3 me gusta bastante
La Biblioteca Médica Nacional, que a duras penas se distingue de la Biblioteca Central de la Ciudad Universitaria:
La Hemeroteca y esas preciosas computadoras con el cpu adosado al monitor.... Un auditorio, u olla de presión para seres humanos. ¡Hace un calor aquí adentro!
Pasillo del edificio de las aulas
Vestíbulo del pasillo de las aulas
Y una vista desde el vestíbulo del primer nivel hasta el techo del sexto
En el cronograma de la carrera de Arquitectura hay varias clases que tratan sobre la teoría y la historia de este oficio. En realidad, si quitamos la primera clase que es de dibujo técnico, hasta el 4to año todos los semestres incluyen por lo menos una de estas clases. Luego viene un vacío y se vuelve a estudiar estética y filosofía hasta el último semestre de la carrera, con el propósito de hacer reflexionar a los estudiantes que están por salir a ser devorados por el ambiente profesional. Sin embargo, la clase de Teoría Superior recibe críticas mixtas de parte de los alumnos. Para los que disfrutan leer o escribir esta clase es exquisita y debería de extenderse a otro semestre; para los que no tienen esos hábitos puede llegar a ser una cruel tortura, incluso he escuchado a gente decir que es innecesaria y que debería de ser eliminada. En el instante en el que trabajé durante estas vacaciones tuve la oportunidad de involucrarme en un proyecto importante de Tegucigalpa. Importante en el sentido de popular y comercial, pero era una construcción de una compañía transnacional que no se caracteriza por su aporte artístico o su respeto al contexto en el que inserta sus edificaciones, por el contrario, tiende a la homogenización, a hacer todo igual en cualquier país. Era un proyecto millonario, con muchos arquitectos e ingenieros involucrados, que se preocupaban todos los días porque todo estuviera a tiempo para la inauguración. El ambiente era frenético, estresado, emocionante para una novata y excelente para aprender, pero en última instancia el proyecto tenía errores que afectarán gravemente a nuestra ciudad (falta de retiros, va a provocar aún más congestionamiento vial…), y me terminé preguntando cómo es que estos tipos se tomaban tan en serio un edificio que no ofrecía nada nuevo artísticamente hablando y cuya intención es ser desechable en unos cuantos años. Pero es un trabajo, y el trabajo debe hacerse independientemente del valor estético: al final de cuentas uno debe comer. ¿Entonces por qué estamos estudiando historia y teoría si no las vamos a poder aplicar? Me preocupa que uno debe empezar en la vida sometiéndose a las urbanizadoras, a las grandes compañías constructoras, para después aspirar algún día a hacer lo que uno quiere (que hemos repetido hasta la saciedad, debe complacer al cliente). ¿Cuántas construcciones mediocres deben ser hechas hasta poder construir algo respetable? Porque existe un peligro en todo esto, es el círculo vicioso de la popularidad: mientras más se construya de lo malo, más la gente que no sabe de arquitectura va a considerarlo normal o hasta aceptable, y no va a querer financiar proyectos distintos o que provoquen controversia. Lo esencial es que tenemos que estudiar historia y teoría porque está bien que los mortales puedan alegar desconocimiento de las leyes que rigen el arte de los espacios que habitan, pero que un arquitecto las desconozca es pecado mortal.
Probablemente el problema que enfrentamos como estudiantes es esa separación tan marcada entre una clase de Diseño y una de Teoría: en la práctica no se unen, ni siquiera a nivel de prueba, como son los años de aprendizaje. Por las mañanas yo iba a clases con excelentes maestros que me hablaban sobre el origen de los estilos arquitectónicos, los significados y técnicas de los mismos, y por la tarde me olvidaba de todo eso para preocuparme porque las áreas de mi casa no se pasaran del límite que nos habían impuesto, y porque el profesor encontrara mi forma interesante, ¿desde qué punto de vista? el suyo nada más, su omnipotente subjetividad. Fue hasta Diseño 4 que un arquitecto me preguntó sobre la investigación formal que sustentaba el aspecto del edificio que yo había creado. No me aceptaba respuestas del tipo “porque me pareció bonito”, él quería como mínimo el pensamiento detrás de un estilo para justificar mis elecciones. Esa fue la primera ocasión en que el proceso de Diseño involucró un razonamiento formal. Desde entonces he tratado de basar lo que proyecto en algo que quiero transmitir con él, doy mi opinión sobre el mundo y lo que considero importante en él. Con buenos o malos resultados, con formas que generalmente se quedan tímidas con respecto a lo que quieren expresar, pero por lo menos la intención está. Sé que no soy la única persona en mi facultad que hace esto, que considera importante su mensaje en su obra, pero me preocupa ver que los arquitectos que se gradúan de mi universidad muchas veces no reflejan lo que yo estoy aprendiendo. (Cuando se gradúan del extranjero es aún peor que no lo hagan, con la posibilidad de haber viajado y conocido ambientes distintos, venir a hacer mediocridades aquí es imperdonable.) En las publicaciones sobre arquitectura que se hacen en nuestro país, muy pocos resaltan por su originalidad, tan siquiera por su cuestionamiento a lo tradicional. La norma es que se dediquen a los estilos extranjeros, que tengan un talento excepcional para repetir una misma idea en 20 casas o edificios distintos. Probablemente su intención sea sólo ganar dinero y hacerse famoso. ¿Tiene algo de malo esto? Al final es lo que todos queremos, estabilidad económica y algo de reconocimiento por nuestro trabajo. Pero la arquitectura es el testimonio que va a quedar del paso de nuestra generación sobre el suelo que ocupamos. No es justo para aquellos que han de venir tener que pagar nuestras ambiciones personales con construcciones ridículas; seremos una vergüenza: un país tropical con cúpulas, columnas greco-romanas, edificios de apartamentos victorianos, techos con inclinaciones pronunciadas para dejar escurrir la nieve. Está bien hacer ridiculeces, pero que se limiten a la decoración interior. Es anti ético importar elementos de culturas a las que no pertenecemos con el propósito de alardear, porque ese es el propósito de la gente con la capacidad económica de pagar un buen diseño que desean a todo precio tener una casa con reminiscencias de países del primer mundo. Quieren vanagloriarse de que han viajado y según ellos tienen buen gusto por eso. En realidad demuestran su ignorancia más descaradamente. Se me viene a la mente la casa de un ex presidente hondureño, de quien se publicó hace unos años en un periódico nacional su residencia diseñada por arquitectos norteamericanos, en estilo mediterráneo. Como es el modo periodístico hondureño, se alababa la casa como toda una obra de arte, un despliegue de lujo, la muestra de la fortuna de este hombre que puede contratar albañiles de Miami para su casita en un país tercermundista. Pero es inexcusable para un funcionario hondureño, que supuestamente está al servicio del pueblo y se enorgullece de sus raíces ni siquiera contratar arquitectos nacionales para la construcción que lo va a representar, a caracterizar frente a todo el mundo. No se toma la molestia de explorar los estilos artísticos autóctonos, son poca cosa para él y tiene que europeizarse. Que conste que no estoy diciendo que debió haber construido en bahareque y con teja, un buen arquitecto podría reinterpretar de manera contemporánea los elementos constitutivos de nuestras técnicas constructivas típicas. Eso no le interesaba a él, definitivamente tu casa refleja quién sos. Pero para nosotros lo foráneo es símbolo de dinero, y por eso cada vez más se ven casas o edificios con elementos que no tienen cabida en nuestra cultura, en nuestro clima y contexto. Tenemos que saber de historia, pero saber no es lo mismo que reproducir, y justamente porque la conocemos es que estamos conscientes que hubo razones por las que ciertos estilos se dieron en ciertos países y no en el nuestro. Es nuestra responsabilidad educar a la gente, especialmente a nuestros clientes para que valoren lo nuestro, y aclaro de nuevo, no me refiero a nuestros símbolos tradicionales como lo maya, o lo colonial (que de paso no es originario de aquí), pero que se intente apreciar o entender a aquellos que hacen sus exploraciones artísticas, que se preguntan el porqué de las cosas, porque sí hay gente así.
Tenemos que educar a los clientes para que no se vean como ridículos snobs con castillitos europeos de poca monta a 14 grados del Ecuador.
La carne es débil y por eso estuve somnolienta todo mi último primer día de clases como estudiante de Arquitectura. La noche fue turbulenta, como ya es tradición en el primer día de cualquier cosa, y la mañana fue muy mal recibida, tanto que no tenía ánimos de cocinar desayuno. Pero de ahora en adelante mis lunes, miércoles y viernes terminarán a las 4 de la tarde y tengo que alimentarme, por la única razón de que me convierto en una fiera monstruosa cuando tengo hambre. Con un sándwich de queso de mala calidad llegué a mi primera clase, Obras III. Tengo muy malas referencias de ese ingeniero. Mejor dicho, tengo malas referencias de ese ingeniero como profesor, porque al parecer es un estructuralista brillante. Había una gran cola de tráfico, porque el incendio del edificio de Química y Farmacia mantiene cerrada una de las dos calles de acceso, pero yo subo las gradas confiada que mis diez minutos de retraso no son nada para alguien que la gente jura nunca llega temprano. Error: estaba en el aula, esperando, porque seguramente sabía que es imposible sólo tener 3 alumnos, la cantidad de personas que lo acompañaban.
Si de verdad las primeras impresiones son las que cuentan, esta clase podría ser disfrutable; tiene incluso el potencial para ser alteradora-de-criterios. Es parte de la continuación de Obras II (presupuesto de una obra), y otra parte sobre cómo se ve afectado el arquitecto según el clima económico del país.
Parece ser que este es el semestre de finalmente aceptar que eres un ser de carne y hueso, sujeto a cadenas financieras que tendrá que trabajar en el mundo real. En el Seminario de Investigación vamos a abordar el tema de la vulnerabilidad en Tegucigalpa, y en Diseño vamos a hacer un plan de manejo para la facultad de Medicina, una especie de remodelación o propuesta de reconstrucción de un edificio, que no tiene salas quirúrgicas, son sólo salas de clase y una biblioteca. Estoy muy feliz por finalmente dejar de inventar cosas ilusorias y trabajar en el plano material, es un cambio necesario.
Voy corriendo a mi clase de Italiano I, a tres kilómetros de mi edificio y de remate en un cuarto nivel. Es en un aula que estaba con llave todavía, y al rato aparece una muchacha, una señora joven con un vestido corto y tacones bien altos que me hizo recordar los mejores episodios de una serie gringa que transmiten en Mtv.com. La puerta se abre y la sala tiene sillas acolchonadas, una computadora, una pantalla de data show, cortinas!!! Esto es lujo como al que no estamos acostumbrados en arquitectura. Nos habla en italiano y entendemos por instinto y asociación. La señora es tan entusiasta y divertida: según el principio japonés de la limpieza lo primero que hay que hacer en una nueva aventura es ordenar, por lo que saca de un armario un líquido limpiador y empieza a rociarlo en el escritorio, en la pizarra. Después en cada uno de nuestros pupitres; estamos medio asustados, medio maravillados. Nos pregunta uno por uno la razón por la cual matriculamos italiano. Es un idioma elegante, me gusta la pronunciación, tengo familia en Italia, ya llevé los tres ingleses y quiero aprender otro idioma; me llega mi turno y pienso “tenía muchas horas libres en la mañana”, pero acostumbrada a la dualidad digo “por si aparece una oportunidad de estudiar en Italia”. Marcela, Marcela, cuándo has de cambiar?… o de pensar en otra cosa?
Horas más tarde llegamos al Seminario de Investigación que es con tres arquitectos, uno de ellos con quien no he llevado clase antes. De hecho tiene un aura toda misteriosa porque antes sólo daba de las últimas clases y rara vez se le miraba circular por la facultad, entonces la gente conocía su nombre pero nunca lo había visto en persona. Los rumores en los bajos mundos son que es masón y/o judío. No lo digo porque considere que eso sea bueno o malo, sino más bien porque es diferente, exótico. Pues a mitad de la explicación del proyecto con implicaciones ecológicas, nos dice que él no cree en el calentamiento global. Del shock todo mundo quedó en silencio, con los ojos abiertos como platos. ¿Está hablando en serio? Nos explica que él considera que es un negocio, inventado para sacarle dinero al gobierno de los Estados Unidos. “An inconvenient truth” desfiló por mi cabeza en tres segundos. (Maldición que no leí el libro de Al Gore que andaba deambulando por mi casa.) Pero ver esa expresión en todas las personas en la sala fue un buen momento Kodak.
Salimos temprano y fuimos a comprar comida, porque a la una de la tarde dos sándwiches ya se han convertido en suspiro nutricional. En Diseño VIII estoy con mi tutor de la facultad, con quien por extraños giros del destino nunca había podido llevar clases. Es pacífico, es tranquilo, es la tarde y hace calor: salimos temprano.
Todos nos explicaron los proyectos, pero no nos dejaron trabajo, ¿qué más se le puede pedir a un último primer día? Todas las clases son en grupo, pero ahora con Deysi tenemos nuevos compañeros, una compañera con quien he estado antes y sólo tengo buenas cosas que decir; un compañero salesiano del linaje impecable. Nos vamos antes de seguir tentando al destino, hay que acabar el día en las notas altas y positivas. Ayer escribía sobre lo detestables de estas vacaciones, sobre cómo estar zambullida en el vacío de la desocupación era sólo eso: vacío. Quiero volver a entumecerme de actividades, tener una excusa válida para que los problemas externos no tengan derecho a perturbarme. Soy una mujer con una misión y nada debe distraerme, hacerme perder el tiempo o la cordura. He vuelto a la invencibilidad del estudiante; en las vacaciones estás expuesto a todos los elementos, ahora ellos se subyugan a mí. Que empiecen las clases.
No sé si alguien recuerda la temporada que siguió al huracán Mitch. No podía pasar un soplo de viento con una leve llovizna, ni asomarse una nube gris sin que la gente entrara automáticamente a su estado de emergencia. La memoria celular nos traicionaba y las gotas de lluvia sólo nos recordaban todo lo que acababa de suceder.
Pues en estos últimos días se ha podido presenciar, por las transmisiones de los noticieros, el estrés post traumático de los estadounidenses con la llegada de Gustav a Nueva Orleans. Por un lado, los reportajes trataban sobre cómo en esta ocasión la gente sí estaba evacuando, los diques estaban mejor reforzados y cómo hasta el presidente iba a hacer acto de presencia. Pero también recalcaban lo sucedido hace tres años. Tres años que no se sienten tan lejanos gracias a la campaña de concientización que representó el documental de Spike Lee, la queja de Kanye West y todas esas noticias sobre los daños a los pozos petroleros y sus consecuentes desbalances en la bolsa de valores por el alza al petróleo. Pero hace unos días amaneció y el huracán se esfumó con su etiqueta de categoría 2.
Ahora bien, como un pueblo acostumbrado a los desastres naturales, ¿qué lecciones podemos aprender de ellos y qué actitudes debemos tomar? Porque después del 98 cada lluvia nos hacía pensar en inundación, hasta que se volvió imposible vivir en ese estado de constante paranoia, y se superó. Se “superó” hasta el punto de que cuando se acercó otro huracán grave la gente estaba preparada, sin embargo muchas zonas de riesgo continúan siendo habitadas porque la gente no tiene otro lugar adónde ir, o sea que no hemos aprendido nuestra lección del todo. Yo conozco personas que evacuaron de Nueva Orleans para nunca más regresar, pero no nacieron allí: este era otro capítulo más de traslado en su historia de inmigración. También conozco a una persona que salió de aquí, a los 16 años, sin conocer nada más del mundo para irse a meter –literalmente- a ese huracán, y de remate extranjero. Pero no huyó; lo enfrentó y continuó viviendo. ¿Qué habrá pensado con esta nueva amenaza? ¿Estará acostumbrado o sus antiguos temores lo perturban todavía? ¿No considerará irse de una vez por todas de ese lugar maldito por su ubicación? ¿Por qué la gente insiste en permanecer en situaciones graves de ambigüedad?
Voy a decir algo de los terremotos, los huracanes, los tornados: a veces quisiera que fueran realmente apocalípticos, que destrozaran hasta ese deseo tan humano de reconstruir. La gente vuelve a empezar en esos lugares manchados por la desgracia para simbolizar la perseverancia al enfrentarse a la Naturaleza. Olvidan que estamos a merced suya aunque nos mintamos a nosotros mismos creyendo que llevamos la batuta sólo porque somos más. Si ha sucedido algo una vez llevamos la cicatriz de la estadística; hay una gran posibilidad de que vuelva a suceder. Cuando las torturas climáticas se vuelven recurrentes no hay otro remedio más que desensibilizarse, entumecerse hasta dejar de temer todo el tiempo, pero llegará el día en que te arrastre la corriente porque te acostumbraste a no escuchar y para ese entonces todo estará perdido de verdad.
Finales, resoluciones, nuevas etapas: ¿dejaremos algún día de postergar lo inevitable?
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