A finales de mayo de este año, por motivos de un trámite legal, me vi en la necesidad de obtener una constancia médica emitida por la Sección de Salud de mi universidad. En los 6 años que tengo de estar allí nunca había puesto pie en esa parte, de hecho hasta le huía, y en un semestre que corrió el rumor que sólo iban a poder matricularse los que tuvieran un expediente médico activo, hice la fila para sacarlo, pero era tan larga y hacía tanto sol que al final desistí. En esta ocasión no tuve remedio y llegué como me imagino que ha de llegarse a una clínica pública: excesivamente temprano. Ya había mucha gente esperando antes que yo, pero ese día el terror y la ansiedad me llenaron de paciencia, y no me quejé. A pesar de estar en un ambiente controlado y aislado de las inclemencias del Hospital Escuela, tanto las enfermeras como la recepcionista asistieron a la misma escuela de atención al público que las secretarias del mundo y las señoras de registro. La gente es malcriada, grosera y esperan que sepas de antemano lo que debes hacer aunque esta sea tu primera vez en un lugar semejante. La sala de espera a las clínicas es un pasillo angosto con bancos en uno de sus lados, y con un televisor encerrado en una jaula que sólo muestra canal 5. Debes estarte moviendo cada vez que alguien entra a consulta, y llega tanta gente que el pasillo (sin ventilación natural o artificial de ningún tipo) se vuelve asfixiante.
Esperé, por muchas horas esperé, muriéndome de la angustia por estar allí, por no tener razón aparente para estar allí, pero temiendo en el fondo sí tener una. Quitando a los oftalmólogos, dentistas y neurólogos, nunca he ido a revisiones médicas, mucho menos por mi cuenta. Esto aumentaba la paranoia: ¿sería capaz de ser sincera o de hablar de todo aquello que me avergüenza con un doctor con quien no compartiera lazos sanguíneos? Miles de horas después, llegó mi turno. La doctora era dulce y se miraba buena gente. Empezó a interrogarme, y lo primero que pregunté fue lo concerniente a la confidencialidad de mis respuestas. ¿Afectaría mi honestidad el resultado de la razón por la que necesitaba esa constancia? ¿Habría forma de que alguien tuviera acceso a esos archivos con sólo desearlo? Ella me reconfortó y me dijo que todo quedaría entre nosotras. Probablemente todos estos años lo único que he necesitado es justamente alguien con quien hablar de todo y no sentir el martillo del juicio sobre mi cabeza. (Eso es lo único que extraño de ser católica: las confesiones.) Porque ya no tengo de esas amigas con quien relatar nuestras más oscuras intimidades, y hasta para los novios uno debe tener un mínimo de censura, por la sencilla razón de que los hombres no pueden entenderte a cabalidad porque no comparten tu estructura física. Así que se lo dije y no pude verla a la cara en ese momento. Me sentí tan martirizada, pero ella ni siquiera tuvo que decir nada: a lo largo de todo el proceso fue tan paciente, tan comprensiva que me sentí un poquito más reconfortada, aunque no redimida. Me sentó en la camilla y al verme los brazos exclamó sorprendida que no tomo agua. ¿Cómo lo sabe? Al parecer las tonalidades cambiantes y desiguales de mi piel morena y unos puntitos blancos regados sobre ella indican deshidratación. Lo confieso, en esos tiempos obtenía mi agua de café nada más. También me vio delgada y comprobó al pesarme que estaba por debajo de mi peso normal, mucho menos del ideal. Por un lado, no hago ejercicio y si a eso agregamos que tiendo a bajar de peso en periodos prolongados de estrés, eso no me sorprendió; estaba finalizando las clases, Taller y Obras estaban en pleno apogeo, sin contar Diseño que era como esas moscas que no logras sacudirte de encima. Casi le pido que repitiera el examen de la vista porque vivo con la paranoia eterna que en algún momento vuelva a necesitar lentes, pero eso fue lo único que andaba bien, irónicamente.
Me mandó a hacer exámenes de todo tipo y regresé a los dos días. Quedé tan asustada de los resultados. Estaba casi anémica, tenía parásitos, me seguía una nube de langostas egipcias: quedé asustada de la cantidad de cosas que andaba cargando, que tenía con valores bajos, que es anti natural que una joven que tiene todo para estar sana esté padeciendo. Me recetaron de todo, incluyendo vitaminas por los siguientes tres meses, y por todas las consultas y las medicinas no pagué absolutamente nada. Se despidió de mí tan amablemente, diciéndome que tenía que regresar en un año (cuando técnicamente ya no seguiré matriculada en la universidad porque si todo sale bien seré egresada, en el caso ideal graduada, pero en ambos casos no aplicaré para este tipo de servicios).
Salí de allí aliviada por tener mi constancia, orgullosa de mí misma por haber sobrevivido a ese calvario, pero avergonzada por no haberme cuidado lo suficiente, por haber confiado en que otros garantizaban mi bienestar. Comprendí que no tenía nadie a quien culpar por mi mala salud que a mí. O mejor dicho, si me responsabilizo por ella puedo hacer algo, en vez de entrar otra vez a los conflictos de no recibir lo esperado de alguien y enojarse secretamente por eso. Me tomé las vitaminas recetadas por un mes, pero al siguiente necesitaba mi forma 02 para reclamarlas en la farmacia, y como no matriculé el periodo corto no podía pedirlas. A casa llevaron un bote de pastillas a punto de vencer que luego botaron.
Tengo la teoría de que al dedicar el mayor porcentaje de tu día en una actividad, al llegar a casa buscas distraerte y no pensar en ella. Por eso es que los arquitectos terminan con casas propias que no son funcionales, o los ingenieros con parqueos en los que no cabe un carro de verdad. Ahora que la caída de mi pelo ha alcanzado volúmenes titánicos, me han prohibido el café, la coca cola, cualquier cosa con cafeína, porque supuestamente eso descalcifica y te hace perder cabello, pero he mejorado mi dieta y continúo con mi problema. Hace dos días recordé mi pasado anémico y me di cuenta que es tiempo de volver a hacerme exámenes. Por mi cuenta, preferiblemente.
Y yo que nunca me he hecho ningún examen... ni sé qué tipo de sangre soy. Creo que los 2 deberíamos de ir.
ReplyDeleteTus descripciones de ese lugar son tan parecidas al seguro social tico. Soy de la idea de que las que atienden, se pellizcan dos o tres veces, dos o tres partes particularmente sensibles (don't make me say it) para lograr llegar al nivel ISO de amargazón que tienen.
ReplyDeleteYo se que no es para nada lindo andar yendo al médico. Pero no queremos que estés ni débil ni enfermita. Te aceptaríamos aunque estés calva, pero... si se puede evitar, mejor. Cuídate mucho por favor.
Un abrazo
Pucha mano, me parece que fui acordandome cuando fui por primera vez al seguro social (soy partidario de ir por mi cuenta al matasanos particular, pero en esta ocasión ameriaba ir al in-Seguro Social por causa del comprobante laboral de no se que cosa de no se que rayos)... bueno me paecio muuy similar...hacer una laarga fila bien temprano, y como que todos se empezinan en sacarle hasta lo último de dignidad humana al andante con con insanas intenciones va a quitarse las insalubres.
ReplyDeleteSip, muy chevere esa experiencia...ironicamente (pero donde raya lo absurdo de lo obtuso e incongruente, que en cualquier caso van dela mano), habia un afiche que vi en el area de sauna, beh que diga, donde repartan las medicinas, que decía: VELAMOS POR LA SALUD DE HONDURAS... no supe si era para reir o llolar, acompañando esa imagen, una ventanilla que cerraba en plan de guillotina, tratandole de cercenar los dedos de una humilde señora que buscaba por sus medicinas. Indignante y triste para mi que soy flojo de atol.
En cuanto al café y demas familiares...aaaah ¿cuantas veces he escuchado eso? las primeras dos semanas dejo de tomar café, pero de la nada aprece una taza llena de rico café por las mañanas, y pues no me queda de otra que eliminarla inmediatamente, en complicidad con una semita...ñam ñam!!
Bueno espero que estes multifortificada y multiporteínicamente establecida...alzando nuestras tazas de café... SALUD!
Saludos, y un fuerte abrazo.