Mi abuela murió este domingo en la mañana y quisiera escribir un poco sobre ella para despedirme.
Con mis abuelos paternos siempre fuimos muy unidos, tan unidos que mi hermano y yo los consideramos los únicos abuelos que teníamos, porque a pesar que los padres de mi mamá siguen con vida no se merecen el título de abuelos si los comparamos con esos dos seres extraordinarios que nos recibían en su casa de Juticalpa cada vez que una vacación se asomaba en el calendario. En mi infancia Olancho fue el lugar donde tenía todo lo que por alguna razón no se conjugaba en mi casa. Tenía muchas vecinas con quien jugar, había cable y podía quedarme viendo televisión hasta muy tarde en la madrugada, la casa estaba atiborrada de libros y revistas antiguas y la comida era toda rebuscada y exquisita. Uno de mis mejores recuerdos es de unas vacaciones que pasé casi completa con mis abuelos, y que coincidió con la cosecha del maíz. Pasaba jugando o leyendo todo el día, y las noches que no me quedaba viendo novelas con mi abuela salía con mi abuelo a saludar a la gente que pasaba por la calle (porque los conocía a todos) o jugaba con mis vecinas. Fueron dos meses ininterrumpidos de puros tamales, atol, mazorcas y cualquier cosa que pudiera hacerse con maíz. Regresé a Tegucigalpa toda apesarada por no poder quedarme y que esa no fuera mi vida todo el tiempo.
Mi abuela fue mi primer guía espiritual. En mi casa la política era de que cada quién decidía a qué religión pertenecer y por eso cuando me moría por las ganas de bautizarme y hacer mi primera comunión acudí a mi abuela para que me enseñara todo lo que había que saber. Desde pequeña fui a misa con ella los domingos a las 6 de la mañana a la catedral. Me regaló mis primeros libros de oración, y junto con mi abuelo me regalaron mi primera biblia. Cuando muchos años después dejé de ser creyente ella no se sintió mal ni cambió nuestra relación a causa de eso: mi abuelo tampoco era religioso así que para ella era natural que las personas tuvieran otras formas de pensar diferentes a la suya. Es probablemente la única católica que yo conozca que cumplió a la perfección con lo que significa ser un cristiano, en todos sus sacramentos y mandatos, especialmente en lo que se refiere a no juzgar a los demás (que no puedo decir de ninguno de los cristianos con los que alguna vez me he rodeado). Pertenecía a la orden de los franciscanos y todos los miércoles en la noche iba a sus reuniones.
Cocinaba tan bien. Desde platos todos ceremoniosos y complicados como tapado, hasta un simple sándwich de mortadela y mostaza, no había nada más rico que lo que ella hiciera. No siempre estaba de acuerdo con sus elecciones, porque no hay forma humana en que yo coma mondongo de Olancho, o hígado, pero ella siempre asaba carne aparte sólo para mí.
Era la primera persona en felicitarme en mis cumpleaños porque llamaba a las 6 de la mañana, cuando sabía que me estaba preparando para ir a clases.
Cuando yo le presentaba a un amigo o a un novio siempre me preguntaba por ellos, aunque tuviera muchos meses de no verlos. Yo llegaba a su casa a contarle todo lo que había sido de mi vida desde la última vez que la había visto, y hablábamos de todo, incluso de cosas que no podía discutir con mis padres. Ella se sabía la historia completa de cada uno de los miembros de su familia, y me encantaba escucharla porque yo tenía metido en la cabeza que saber todo eso me haría comprender mis raíces y las extrañas relaciones entre mis tíos y mis papás. Recordaba con mucho cariño y orgullo a mi abuelo y siempre me contaba de todas las aventuras que habían tenido cuando eran jóvenes.
Voy a extrañarla mucho.
En estos casos no se puede decir nada más que resignación, aunque la frase esté trillada. Quizás por eso nadie comentó y ni yo debería haberlo hecho. La muerte de alguién querido es una de las cosas más personales que existen.
ReplyDeleteYo no puedo darte palabras que puedan alentarte o siquiera consilarte, si así quisieras, si yo pudiera. Yo prefiero estar frente a ti, regalarte un abrazo en el que sepas que puedes contar con alquieen, aunque sea para.. mejor dejo las burradas de lado, soy malo para ello, pero bueno para estar con los amigos, cuando se les permite.
ReplyDeleteY como escribió Dantes, es personal, si, yo ya lo he vivido, muchas veces... y siempre he preferido una mano amiga, la estrechéz en un abrazo... ahora no puedo daros tal gesto, por ahora.
Se te quiere y se te estima mucho Marcela.
abrazo a la distancia que ya pronto te lo daré en persona.
ReplyDelete