La clase de baile ya había comenzado hace un buen rato y yo tenía la primera fila para mí sola, es decir que había espacio, fue por puro capricho que la flaca de la historia anterior se puso detrás de mí cuando llegó tarde y en medio de una canción me pidió –otra vez- que me hiciera a un lado para que ella se quedara con mi lugar. Yo sólo respondí: “¿Y por qué no llegó más temprano?”. Si las miradas fulminaran no estaría narrando este episodio.
Su madura reacción fue plantarse enfrente de mí, a una distancia que hacía muy difícil que alguna de las dos bailara cómodamente. La clase estaba tan buena que ayudaba a disimular mis huesos temblorosos ante la confrontación. Se volvió a dar vuelta para decirme “Apestás. Deberías de bañarte.” No le di el gusto de responderle que yo uso un repelente para malcriados y que yo me puedo bañar pero y ella, ¿cómo se quita lo descortés? Se acercó de la fila de atrás otra señora con la que platicaron por un instante. Inmediatamente pensé que era una amiga con quien me denunció. Me imaginaba que a la salida las dos me iban a estar esperando para agarrarme a golpes, insultarme o reportarme con el recepcionista. Ni modo. Justamente antes de empezar la clase vi que la señora que en la ocasión anterior me ordenó que nunca más me volviera a dejar quitar el puesto estaba allí, pero no se quedó a bailar, no podía refugiarme con ella. Estaba sola y nadie me iba a defender; por lo menos demostré que yo no era tan terriblemente maleducada para reaccionar como ella lo hizo.
Al rato se fue. Y en una escena digna de “Gossip Girl” toda la gente que estaba atrás mío se alejó, dejando un gran vacío donde yo me encontraba, como si estuvieran reclamándome silenciosamente. Se sintió extraño, pero confieso que es súper rico tener un gran espacio para menearse; peor para ellos si querían estar incómodos. Terminó la clase y me alistaba para los enfrentamientos. La señora con la que la tipa platicó después de que yo me rehusé a moverme se me acercó y me dijo: “Oye, tengo que felicitarte. Esa señora me tiene harta, cada vez que yo me pongo allí siempre me mueve. Yo vi cómo ella quiso quitarte y cuando tú te negaste vi cómo se te puso enfrente. Le reclamé que ella llegó tarde, que no debería de hacer eso.”
Ni me imaginaba que no era la única a quién la mujer esa pasaba molestando. En mi típica paranoia el resto del tiempo que duró la clase me la imaginaba recolectando firmas para que yo no volviera al gimnasio, colgando rótulos con mis fotos, subiendo videos a youtube. Pero honestamente, yo no ando moviendo a la gente cuando yo llego tarde, es justo que yo exija el mismo nivel de respeto que yo doy a los demás. Dios mío, y ya no iba a tolerar otro día más de dormirme con la vergüenza de saber que no me pude defender. Y esto podría desembocar en que me corran del gimnasio pero no importa adónde vaya siempre voy a encontrar personas así, más vale que aprenda de una vez por todas a tratarlas.
Seguro que todo esto acaba en un buen duelo de baile entre las dos.
ReplyDeleteFue una reacción muy digna. Te felicito!
ReplyDeleteEeeeeeee, felicidades Marcela. Me consta que en TODOS lados se encuentra uno con ese tipo de personas.
ReplyDeleteSaludos :)
Felicidades Marcela, solo asi se generan cambios... cree que entiendo esa soledad que la causa el miedo en las personas de tu alrededor, justo cuando uno hace lo que ellos no tuvieron valor de hacer...
ReplyDeleteBienvenida al cambio... las personas seguiran pisoteando nuestros derechos hasta que nosotros se lo permitamos...
ademas sentiste la adrenalina de tocarle los huevos al tigre??? vos tambien saliste viva para contarlo...
saludos gran Marce