05 October 2010

Los días soleados de otoño

Aquí en Bordeaux tengo un amigo colombiano que me dice que él y yo vivimos en ciudades diferentes. Él es súper positivo y alegre, al punto que lo terminé comparando a unas famosas caricaturas ochenteras de ositos con corazones en la panza. Se pasa asustando de las historias que yo le cuento, claro, él perdió su maleta en un bus y logró recuperarla intacta tiempo después, gracias al conductor honesto y responsable que se la devolvió, así que tiene mucha razón de estar feliz. Yo trato de explicarle que no todo lo que escribo es malo, sólo que necesito desahogarme y para convencerlo voy a contar el día que tuve hoy.

Para empezar, tuve mi segunda semana de clases. Voy a confesar que estuve a punto de tener un ataque cardíaco la semana pasada, cuando los profesores llegaron a clases, no se tomaron la molestia de presentarse y comenzaron a dar el contenido de un solo porque la mayoría de estudiantes cursaron la licenciatura en esta universidad y todos se conocen. Contenido de por sí difícil porque estoy arañando mis memorias para recuperar lo que haya en mi cabeza de las clases de Historia de Arquitectura de hace 4 o 5 años. Me levanté a las 6 y media de la madrugada –literalmente, está todo oscuro a esa hora- y me fui a apachurrar al tram repleto de gente de las 8 de la mañana. Pero esta semana ya sabía a lo que iba y pude captar mejor los cursos, casi que hasta los disfruté. Ni me importó que todavía no conozca a ninguno de mis compañeros. Salí a almorzar con Elsa y sus compañeros de master, Nino, un peruano súper simpático y Jacques, un francés recién llegado a Bordeaux que se ha visto acorralado por un montón de latinas histéricas, mis amigas y yo, (y entre mis amigas latinas incluyo a Esther que está aprendiendo español por osmosis, es tan divertido). Jacques es el único francés que ha podido aguantarnos, a nosotras ruidosas, chistosas y bailarinas de salsa. Así que le doy mucho crédito por eso.

Por la tarde fui a mi habitual visita a la oficina de maestrías para que me decepcionaran una vez más con el asunto de mi matrícula. Ayer di todo un espectáculo en la oficina de Relaciones Internacionales: fui a conocer a la nueva muchacha encargada de los becarios de mi lote y a pesar que era muy simpática, cuando me dio una vez más la excusa que he escuchado miles de veces en este mes –que habían problemas con mi inscripción y que no sabía cuándo se iban a resolver pero que me iba a llamar cuando tuviera noticias- por pura incapacidad de expresar enojo como un ser humano corriente, me puse a llorar. Tengo 25 malditos años y cuando las cosas no salen bien me pongo a llorar. Lo peor es que ni siquiera me siento mal o ridícula porque por lo menos no me fui sin decir que tenía mucho tiempo de estar aquí y que de por sí la adaptación y las clases son difíciles, que no era posible que no me arreglaran las cuestiones administrativas. Así que hoy que llegué a la oficina no esperaba buenas noticias, pero la señora hasta se tomó el tiempo de averiguar el teléfono de mi coordinadora de Relaciones Internacionales, que le informó que esta misma tarde se iba a resolver todo. Me fui esperando su llamada de confirmación.

Tenía que ir al correo a recoger uno de los tres paquetes que espero en estos días: mi tarjeta de crédito/débito francesa, que resulta se había bloqueado por intentar pagar con el código de internet y por ende me la tuvieron que mandar a hacer de nuevo; una tarjeta de crédito para emergencias que me envían mis padres –nunca más vuelvo a viajar sin una- y unas botitas que me iba a enviar mi suegra. Llegaron mis botitas, que me recordaron las matrioshkas rusas porque dentro de las botas había unos guantes y dentro de los guantes había unos chocolates y un llavero. No puedo expresar cuánto necesitaba unas botas en este momento. Ayer me tocó ver el primero de aparentemente muchos días lluviosos que se vienen y las botas que traje están mojadas e inservibles por un buen tiempo. Salí del correo contentísima y allí recibí la llamada: todo estaba bien, podía ir a matricularme si quería.

Por supuesto que quería, llegué lo más rápido que me permitió el tram y ni siquiera tuve que hacer una fila inmensa de gente que esperaba lo mismo que yo. Me pusieron al frente de todos, me dieron mi preciado certificado de matrícula y mi todopoderosa tarjeta de estudiante. Me inscribí en cursos de italiano y ya pagué la cuota para hacer deportes. Soy una verdadera alumna.

Lo único que quedaba pendiente era conocer a mi madrina de BABAOC. Esta es una organización que reúne estudiantes franceses como padrinos con extranjeros, que serían los ahijados, para que practiquen francés y hagan amigos. También organizan fiestas, veladas y hasta viajes pero cabe mencionar un programa de radio donde los estudiantes hablan de sus países y costumbres. Mi madrina resultó súper simpática y le encanta la cultura latina, hasta estuvo siete meses en México como asistente de español.

Mi día terminó cocinando y cenando con Esther y con Adriana, una rutina que de por sí me encanta pero que hoy también incluyó chocolates rusos, no podría haber sido mejor.

O tal vez sí, alguien tocó la puerta y creíamos que era Jorge con su oferta habitual de cafecito colombiano, pero era una chava que pidió que le prestáramos un celular para hacer una llamada…

¿Y mencioné que hoy el clima estuvo riquísimo y que no tuve necesidad de usar dos suéteres?

5 comments

  1. ¡Qué bueno que ya tenés tu tarjeta de estudiante! La vi por twitter :P

    El italiano es taaan bonito (sólo he llevado el 1 en la u y me encantó.)

    Stammi bene :)

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  3. Que bien,

    Ahora si estamos en la misma ciudad. Bienvenida a Bordeaux "notre ville".

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  4. Anonymous9:58 AM

    Que linda entrada Marce, muy bonito. :)
    Me alegra mucho que las cosas estén marchando bien. Te deseo muchos éxitos.

    Un fuerte abrazo :)

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  5. Esther (Demi-Latina)12:22 PM

    Le traduceur est bizarre, il a même transformé "Jorge" en "George", mais je pense que j'ai presque tous compris :)
    J'aime bien ton blog, et tu vois:
    tout va bien maintenant!
    ¡Qué festejes mucho!

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