¿Cómo hablar de París sin hablar de sus metros? Bueno en realidad sí es posible, pero creo que mi obsesión con el tram de Bordeaux hizo inevitable la comparación. El secreto para conocer una ciudad es saber moverse en ella y uno tiene que aprender rápidamente a moverse en París. En cuanto nos bajamos de la estación Montparnasse hicimos fila y compramos lo que al día siguiente entendí que era un ticket para moverme en cinco de las seis zonas del tren, en tarifa reducida para menores de 26 años en fin de semana, y otro para moverme en tres zonas en día de semana. Esos mismos tickets me daban acceso al RER, las líneas de tren que conectan la ciudad con los suburbios y al Metro. Por fuera algunas de las estaciones son muy elegantes, con su decorado Art déco. Son vistas engañosas, por dentro el metro es como un enorme baño público, en aspecto pero sobretodo en olor. Germofóbicos absténgase: sentarse, pararse o tocar los pasamanos puede ser algo muy traumático. En varios lados hay gente tocando música por dinero, otras personas que pedían dinero directamente pero nada supera a la chava que estaba hincada con un rótulo que tenía escrito “Tengo hambre”. Los trenes en sí están viejitos y no son muy atractivos, así que el contraste con los hombres y mujeres muy arreglados que lo utilizan es muy fuerte. Lo único es que la complejidad y el orden en todo el sistema de transporte sólo me hacen sentir una profunda admiración y respeto por esa ciudad. Para las horas de shopping mis amigas escogieron Galeries Lafayette, una gigantesca tienda de lujo que reúne marcas asociadas con la farándula hollywoodense. Obviamente lo mío fue más como una sesión de window-shopping: los precios estaban inalcanzables. Hubiera preferido ir al nuevo H&M de los Champs-Élysées diseñado por Jean Nouvel (la confluencia de intereses es casual, lo aseguro), pero el tiempo no nos ajustó. Lo único que pude conseguir de Lafayette fueron estas fotos de una cúpula bellísima. Realmente tienen algo para todo mundo. La segunda noche cenamos en un restaurante lindísimo que probó la teoría de Esther que todo mundo en Francia habla español. El dueño era catalán y muy simpático. Y el cumpleaños de Pamela lo celebramos en el barrio Saint-Michel. La Cité de l’architecture et du patrimoine, el enorme museo de arquitectura: La estatua del mencionado Saint-Michel: El Obelisco en la plaza de la Concorde:
Caminata por los Champs-Élysées. Donde la única foto que me atreví a tomar, para que el amigo de Pamela no se riera de mi casi-japonesa obsesión de fotografiar todo, fue esta:El arco del Triunfo, donde no pude evitar recordar la anécdota del amigo de Herminio que trató de cruzar los miles de carriles vehiculares para llegar a él. Afortunadamente un policía en pánico por ver a alguien intentando semejante hazaña lo detuvo y le preguntó si, efectivamente, era latino. Y un paseo por el Jardin des Tuileries:
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