Era inevitable que la distancia y lo que se podría calificar como “nueva vida” resultaran en una perspectiva diferente con respecto a la que había llevado hasta ahora. El sitio es otro, las personas son desconocidas, las actividades resultan novedosas pero de alguna forma me doy cuenta que todo lo que se trató de inculcarme y la educación que recibí es aplicable en todas partes y con todo el mundo. Es más, estar lejos y tener la oportunidad/obligación de tomar hasta las decisiones más ínfimas me ha hecho darme cuenta de varios condicionamientos y patrones que repito con el fin de lidiar un poco mejor con este abrumador ambiente desconocido.
También estar aquí me ha demostrado lo inútil y dependiente que era en Honduras.
Obviamente yo no cocinaba en mi casa; mi madre siempre se encargó de la comida porque le encanta cocinar, es muy talentosa en eso y es su forma expresa su cariño por su familia. Yo trataba de reivindicar mi posición como mujer educada del siglo XXI que se rebela en contra de la imagen de latinoamericana encargada de los quehaceres en su casa al rechazar por completo cualquier intento de enseñarme u obligarme a cocinar. Y desde luego ahora que no tengo a nadie que vele por mis necesidades o gustos alimenticios me doy cuenta que desaproveché la oportunidad de aprender a preparar los platos típicos de mi país y de mi familia, además de la oportunidad de tener a las excelentes maestras que fue mi abuela y es mi madre. No cocinaba por no querer parecer sumisa y conforme al sistema patriarcal pero ahora soy una mujer educada e independiente que no sabe preparar comida para sí misma. Por supuesto he tenido que aprender, inventando, leyendo recetas en internet o en libros, acompañando a mis compañeras de apartamento cuando ellas preparan algo y pidiéndole a mi madre que me envíe recetas por correo electrónico.
Es ahora que me doy cuenta que todos esos regaños por mi pereza y falta de colaboración en los quehaceres domésticos estaban bien fundados. Aunque todavía no puedo decidir si haberme acostumbrado a vivir en una casa limpia y ordenada fue dañino en el sentido que me convirtió en una criatura estricta e intolerante hacia el desorden, la suciedad y la displicencia ajena. Tengo el orgullo de decir que cumplo al pie de la letra con la auto impuesta limpieza semanal de mi cuarto, cuando cocino y como lavo y guardo inmediatamente los platos, y limpio seguido la sala común del apartamento. Yo cumplo con mi parte, mi madre estaría orgullosa. Pero, ¿qué hay de la parte de las otras personas? Es la primera vez que me toca compartir casa con gente que no conozco y eso significa para mí que tengo que ser más pulcra y respetuosa que de costumbre, pero no es así necesariamente para los demás. ¿Debería de ponerme a educar a personas que de por sí han vivido lejos de su familia desde hace muchos años pero que no parecen haber adquirido buenas costumbres en todo ese tiempo? ¿Debería entonces buscar un apartamento sola donde no entre en conflictos por los temas del ruido a las horas de estudio, de platos que no se lavan solos, de cucarachas atraídas por migajas en el suelo y cartones y empaques fuera del basurero? Probablemente debería, pero eso significaría un aislamiento aún mayor del que estoy experimentando en este lugar. Todavía tengo grabadas en la cabeza las palabras que me dijo una ingeniera de la oficina antes de que me fuera: que iba a estar sola, que no iba a ser problema de nadie. Y es cierto; en las clases mis compañeros tienen sus grupos hechos y no se les ven intenciones de conocer a otras personas. No sólo soy una extranjera con un acento chistoso, soy también mayor que ellos, con estudios diferentes, no tenemos nada en común. Para un trabajo en parejas conseguí a mi compañera cuando ella envió un correo a todas las personas de la clase preguntando quién estaría dispuesto para hacer grupo con ella. Ella hizo su licenciatura aquí pero sus amigos se fueron y ahora no conoce a nadie. Recibí correos de otras personas que no tenían binomio y otros estudiantes envían solicitudes de notas para clases que perdieron a todas las personas del curso. No puedo evitar sentir lástima por el hecho que en una clase de tan pocos estudiantes se tengan que enviar correos para buscar compañero de trabajo o notas, eso deja en evidencia lo solos y desconectados que estamos todos aquí. En la hora del almuerzo generalmente estoy con mis dos amigos arqueólogos cuando ellos están libres, pero los dos pronto se van a ir de la ciudad. Esther regresa a Alemania a finales de febrero, mis otras dos compañeras de apartamento se van definitivamente antes de las vacaciones de Navidad. No puedo evitar angustiarme por el hecho de perder a mis nuevos amigos cuando me doy cuenta que mis habilidades sociales dejan mucho qué desear. Extraño regresar a mi casa y contarle mi día a mis padres que siempre estaban interesados en él. Me hace falta tener cerca a mis eternos e incondicionales amigos, trabajar con Deysi, ir a tomar café los domingos y ver todos los días a mi novio.
En fin, tengo demasiado qué leer y estudiar; debería dejar las reminiscencias para cuando tenga tiempo libre que seguramente pasaré sola.
Marce, no puedo decirte nada más que sé cómo te sentís. Llevo 3 años aquí y no logro acoplarme completamente a este lugar... Pero aún así de verdad no es malo vivir como vivimos.
ReplyDeleteTratá de viajar un montón, Marce. Eso hace mucho bien. Cuando empiezo a sentir que me ahogo en este lugar, pienso en el próximo destino que voy a escoger (aunque sea al pueblito de al lado).
Es un consejo tonto, quizás, pero es algo que me sirve mucho a mí... Es una manera de sentirme menos sola.
Fijate que creo que es un buen consejo, confío en vos. Quién sabe, tal vez algún día podamos viajar juntas :)
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