Leyendo el libro del “Sincrodestino” encontré un pasaje que me recordó a las típicas plegarias cristianas en las que uno encomienda su vida en manos del Señor. Se trataba sobre la rendición a la “inteligencia no circunscrita”, que es el alma universal de la que todos somos una expresión y que se encarga de todas las cosas que pasan en el mundo. El objetivo era dejar de encerrarnos en las limitantes del yo, del ego, y expandir nuestra visión para darnos cuenta de cómo cada pequeña acción es parte de un plan más allá de nuestros alcances para entenderlo. Pero la actitud es casi la misma de un religioso: “Pongo todo esto en tus manos. No voy a preocuparme por que tú, la inteligencia no circunscrita que reside en mí, te encargarás de ello.”
Pensé en lo fácil que es para un seguidor de un dogma rendirse ante un poder superior. Tiene como incentivos el miedo al infierno, la ilusión de un paraíso, o algunos, el genuino amor a una divinidad. Pero los que hemos rechazado esos caminos, nos quedamos solos ante nuestra condición humana y cargamos en nuestros hombros nuestras posibilidades, acciones y consecuencias. Sentimos que no hay nadie a quien pedirle o a quien agradecerle. Hemos sobrevalorado tanto nuestra soledad que, al encontrarnos insatisfechos y sin salida, cuando nos piden que recordemos una práctica de la que habíamos huido, no sabemos cómo reaccionar.
Antes pensaba que al desechar los cultos a dioses externos, el respeto a la divinidad dentro de cada ser era algo sencillísimo de practicar, pero a pesar de que creo en una inteligencia superior, me cuesta tanto sumergirme en un estado de confianza ciega en ella. Y cuando era católica sí la sentía. Ahora tengo que reaprender a dejarme llevar, a saber que hay un punto en el que no tengo el control, aunque es una parte de mí la que conoce el propósito detrás de todo.
Qué curioso como dos enfoques distintos te llevan a un mismo punto. Sólo que hay una diferencia crucial: si los religiosos creen en un poder superior, este es ajeno a ellos, mientras que la otra forma de verlo es que está dentro tuyo, pero que tienes que aprender a acceder a él.
¡Esa es mi niña! nada de viejitos entre las nubes.
ReplyDeleteLo dijiste muy bien.
Pero Marce, en serio, este comentario está muy bueno.
ReplyDeleteY recordá que Fe no es creer ciegamente en algo. Fe es confianza en Dios, en el Ser, en esa inteligencia. Confianza, confianza, confianza que te hace capaz de cuestionar todas tus creencias, se hace atreverte a dudar y a sentir tu propio miedo sin nombrarlo así.