Para ilustrar cómo se cambia de paradigma al enfocar una determinada situación desde el punto de vista de la otra persona involucrada, Stephen Covey cuenta una anécdota, en la que él está en un metro en Nueva York y de repente se suben un señor con sus hijos. Los niños corren por todos lados, haciendo escándalo, lo que lógicamente molesta a la gente. Pero es él el que se acerca al señor y le pide que controle a las criaturas. El señor, que hasta entonces estaba absorto en sus pensamientos, de repente presta atención y le responde a Covey que tiene razón, que debería de hacer algo, pero que están regresando del hospital donde acaba de morir su esposa, y que ni él ni sus niños saben cómo reaccionar. Mi primera respuesta cuando leí esto fue “¿y si el señor estaba mintiendo para justificar su irresponsabilidad?” Pero no tuve más remedio que darle el beneficio de la duda. Pues hoy me dieron una bofetada moral de ese tipo. Después de un despliegue de insensateces de parte de mi padre hace unas semanas, mi relación con él se había limitado a lo meramente educado y formal. Convivir con mi familia es muy difícil a veces, son como esos animales salvajes que uno intenta domesticar, pero que tarde o temprano sacan a relucir sus instintos en un ataque feroz e inesperado. Literalmente, nunca sé cómo van a reaccionar, y por conveniencia prefiero reducir nuestras interacciones para no aumentar la probabilidad de un arranque. Leyendo este libro y viendo cómo otras familias se llevan armoniosamente, o por lo menos hacen un esfuerzo consciente por lograrlo, me da mucha tristeza ver en lo que hemos caído nosotros. Supongo que añoro algún tipo de estabilidad futura para compensar por todo eso, pero he descubierto que ni siquiera esa razón debería de ser el eje alrededor del cual centrar mis decisiones o aspiraciones. En fin, hoy estaba ofuscada por una minucia en un plano y no tuve otra opción que preguntarle a mi papá. Probé la técnica esa de “comprender antes de ser comprendido” y funcionó. Aclaré mi duda y el nuevo aire de tranquilidad me dio tiempo para quedarme platicando por un rato. Terminamos hablando sobre cómo en este país permiten atrocidades como construir edificios altos en zonas residenciales de viviendas unifamiliares, que no tienen los requerimientos en diámetros de tuberías, ancho de calles, entre otras cosas para ese tipo de proyectos, pero que siempre se construyen porque hay gente con mucho dinero involucrada, y se salen con la suya. Por un momento estuve a punto de preguntarle si él aprobaría ese tipo de proyectos dañinos si él se viera beneficiado gracias a ello, pero me detuve. Me consta que no lo haría, porque se ha visto en situaciones de ese tipo y por eso termina siendo persona non grata en varias empresas. Y vi la situación que estamos pasando desde otro punto de vista, y me sentí orgullosa por su integridad, pero avergonzada de vivir en este lugar.
Mis padres presumen que mi hermano y yo no hemos sido producto del azar o de accidentes juveniles. Dicen que nos habían deseado por mucho tiempo y que todo lo que han trabajado o hecho ha sido por nosotros. Y me quedo pensando en que por estar tan pendientes del plan maestro se confiaron y descuidaron lo cotidiano. Quisiera creer que todavía hay esperanza, no sólo para nosotros cuatro, pero también si es que algún día yo llegara a tener la oportunidad de estar en su lugar.
Si que la hay, Marcela. Es muy probable que ellos también hayan superado la calidad de vida del entorno en el que crecieron, y la verdad es muy difícil hacer las cosas bien cuando juntas la cantidad de imperfecciones que tienen dos personas, que en mucho definen lo que representa un matrimonio.
ReplyDeleteTe mas o menos he contado lo que tiene que ver mi historia con eso, y tanto mis padres como mis hermanos han superado mucha de la tempestad.
No tirés todo por la borda, es solo una crisis, como muchas más que pueden esperarnos, pero hay que concentrarse en lo lindo que se pone todo luego de cada tempestad.
Así como siempre habrán problemas, también, siempre se pueden superar.