En aquellas épocas en que todavía era joven e inexperimentada, escuchaba las historias de miedo de las generaciones anteriores sobre Taller 3, esa clase que habrían de pasar miles de años antes de que yo tuviera que llevarla. Todos los días era aquella competencia de quién había dormido menos, o qué nueva enfermedad estarían somatizando por el estrés. Las leyendas urbanas contaban que por repetir miles de veces esa clase manadas de estudiantes habían tirado la toalla en esta facultad y se vieron obligados a vender su alma y dignidad a las universidades privadas. Las personas que tienen una ligera idea de los rituales de mutilación de algunas culturas africanas pueden entender el paralelismo que tiene esa clase dentro de nuestro ambiente: es el rito de pasaje, extremadamente doloroso, que finalmente marca tu entrada al mundo adulto. Una vez que ya superaste esto sos prácticamente un arquitecto, y ya sabés todo lo que podés aprender en este lugar, es tiempo de largarte. La clase básicamente consiste en diseñar, hacer los planos arquitectónicos, constructivos y los cálculos de estructuras y de todas las instalaciones de un edificio de cuatro pisos, que puede ser de apartamentos, oficinas o los temibles combos de dos usos por proyecto. ¿Ya mencioné que es un proyecto por persona? Desde los inicios de esta escuela sólo ingenieros civiles con problemas psicológicos o su equivalente en arquitecto eran los que daban esta clase y las notas siempre fueron de 60 para abajo. Así que yo me desvivía de la admiración por la gente que ya la había pasado o que estaba en pleno proceso y lograba seguir con vida, y temía pero trabajaba para que fuera mi turno con una especie de frenesí por estar cerca del final, pero terror por tener tanto trabajo y presión encima.
Pues un día yo estaba tranquilamente en la biblioteca de la facultad, buscando algo o queriendo huir del escándalo de los pasillos, cuando entran una amiga mía que iba a revisión de la dichosa clase, con un chavito de lentes que yo creía que era otro estudiante más. Resulta que él era el terrorífico ingeniero del que todo mundo hablaba. Yo no podía creerlo: se miraba tan joven e inofensivo!!! Trataba de vos a los estudiantes, y no tenía ni un ápice de depredador despiadado. Sin embargo, el año pasado se aplazaron varios alumnos, estos fueron a reclamar a la dirección alegando que era una injusticia que se quedaran y durante todas las vacaciones las autoridades estuvieron en reuniones decidiendo el destino de estas personas. Los alumnos tuvieron que repetir la clase, pero con el cambio de director se tomaron sanciones para que esto no volviera a suceder, por ejemplo, la arquitecta que también daba la clase fue transferida a Taller 2, el semestre pasado que yo la llevé y que tuvo la mala suerte de coincidir con el último semestre del arquitecto legendario que daba esa clase y que no dio un recibimiento afectuoso a su nueva colega. La arquitecta, que se nota que disfruta mucho enseñar y es muy buena en lo que hace, pero que es igualmente estricta y seria, se vio relegada a un puesto donde no tenía voz ni voto, y pasaba las tres horas visiblemente aburrida y hastiada. Pues dos semanas antes de empezar las clases de este semestre, me voy enterando que acaban de entregar las notas de Taller 3 (tardísimo, porque supuestamente las notas se entregan antes de terminar el año), que los arquitectos que reemplazaron a mi maestra se han peleado con el ingeniero y que fue de tal magnitud el embrollo que terminó renunciando o siendo despedido. Por más mensajitos que estuve mandando, nunca pude confirmar ese rumor, y empezamos el semestre con la ansiedad de saber o no si seguiría el ingeniero. El primer día le pregunto al arquitecto, que sí era fijo que iba a estar con nosotros, si alguien más le iba a hacer compañía: me respondió que ni él mismo estaba seguro. No tuvimos clase y nos fuimos a platicar frente a la dirección, donde apareció el ingeniero. Fue la cúspide de la especulación “¿ha vuelto? ¿Será cierto que lo despidieron? ¿Qué será de nosotros?”. Pero cinco minutos después lo vemos salir, leyendo una hoja de papel que llevaba el sello de la universidad. De hecho, si alguien recuerda el episodio en Virginia Tech, sólo digamos que algo similar estuvo a punto de suceder ese último día que lo vimos.
Y ahora la clase la da un solo arquitecto, que yo conozco desde Diseño 3, súper buena gente y buen profesor.
El primer fin de semana que yo tenía que diseñar el edificio, tuve un bloqueo colosal. Me levanté a las 7 de la mañana un domingo pero eran las 5 de la tarde y nada me gustaba, nada me parecía decente. Salgo a tomar café con mis amigos, para despejar la mente, y por supuesto, como un cruel recordatorio que debería de estar trabajando, me encuentro al ingeniero. Pero ya no está en la universidad, no debería de afectarme. Solo que su leyenda continúa propagándose. Ayer me estaban contando cómo si era necesario para tu proyecto hacer cortes de terreno donde se ocuparan muros de contención él te obligaba a calcularlos, y que te cuestionaba absolutamente todo el método que habías utilizado si no era el que él manejaba. Llegué a mi casa, terminé el plano para hoy, me acosté temprano y soñé con la clase. Soñé que después de que yo terminaba de corregir llegaba el ingeniero a revisar a mis compañeros. Yo entré en pánico: ¡el ingeniero! ¡Voy a tener que cambiar mi terreno! Y me levanté del susto. Casi inmediatamente me volví a dormir, pero el sueño no acababa; le preguntaba al arquitecto cómo era posible eso. Supuestamente se había encontrado a la antigua directora de la escuela y cuando ella se enteró de lo que había ocurrido lo había vuelto a contratar. “¡Pero no puede ser! ¡Arquitecto, haga algo!” “No Marcela, tiene que hacerse a la idea de que todo va a ser como antes” “¡Mi terreno! ¡Tengo que cambiar mi terreno!” y con eso me volví a despertar.
Ya en la vida real, es la más extraña de las sensaciones porque es mucho trabajo, pero me gusta bastante, trabajo todos los días sin sentirme obligada y el tiempo en el aula se me va sin darme cuenta. Es un gran contraste con respecto a los años anteriores y probablemente ellos han de estarse retorciendo por dentro porque no sufrimos como ellos, pero la sombra del ingeniero ha de quedar por muchas generaciones por venir, no deberían de sentirse tan mal.
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