Actualmente en la Escuela de Bellas Artes en París se están llevando a cabo dos exposiciones sobre el arquitecto Charles Garnier. La primera titulada “El ojo y la pluma: caricaturas de Charles Garnier” y la segunda “Charles Garnier: un arquitecto para un imperio”, esta última sobre su vida, obra y en particular su edificio más importante: la Ópera de París. Esto representa una excelente oportunidad para hablar un poco sobre la formación que recibían los arquitectos en la época de Garnier, el edificio de la Escuela y su rol durante la Revolución francesa, así como la construcción de su Palacio de los Estudios por el arquitecto Félix Duban, todo para contextualizar y ver desde una perspectiva más amplia la exposición de Garnier. De particular interés es el tema de la educación de los arquitectos ya que hasta ahora nunca me había percatado de lo fundamental y lo condicionante que es la forma en que se imparte la enseñanza de la arquitectura y cómo eso influye en los resultados finales.
La formación de los arquitectos en Francia durante el siglo XIX
Durante el siglo XIX en Francia la única institución certificada para formar arquitectos y lanzar concursos que juzguen de sus capacidades es la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes. A pesar de que existían escuelas regionales estas no tenían autorización de crear sus propios concursos. Para esa época no existe en ningún lado un diploma de “arquitecto” y en realidad entrar a la Escuela es algo optativo ya que la verdadera forma de aprender el oficio era entrar como aprendiz al taller de un arquitecto experimentado, quien en realidad sólo llegaba de vez en cuando a revisar el trabajo de sus empleados. El diploma emitido por el gobierno (DPG) fue creado hasta el final del siglo XIX.
En la Escuela se recibían cuatro cursos teóricos; se organizaban concursos mensuales para pasar al siguiente año de formación y el objetivo primordial era poder optar al concurso para el Gran Premio de Roma que se originó en 1720. El Gran premio era una beca que se otorgaba de forma anual a un arquitecto, un pintor, un escultor y a un músico, que permitía la estadía por cinco años a la Villa Médicis y para ganarlo se trabajaba por varios meses en proyectos irrealizables, con programas que difícilmente se podrían aplicar en la realidad, del tipo “Palacio de Justicia y Prisión”. Estos proyectos son también de una simetría perfecta, tanto en el diseño del edificio como de las propuestas urbanísticas. Hay una abundancia de columnas, un desarrollo de espacios idénticos y una multiplicación jerarquizada de salones… con columnas.
Durante su estadía en la Villa los pensionarios hacían trabajos llamados “envíos” que eran entregados a la Academia de Bellas Artes quien juzgaba de su calidad. Estos envíos consistían en dibujos de ruinas antiguas, sus levantamientos y restituciones, es decir, un dibujo de la forma en que el edificio debió haber existido en su estado original. Cabe mencionar que este tipo de formación es la misma que recibían los arqueólogos, ya que las restituciones de edificios eran muy precisas. Al final de los cinco años los arquitectos ganadores del Premio regresaban a Francia donde eran los encargados de los grandes proyectos del Estado.
La principal característica de la educación de este período en Francia es que era muy estricta, rígida y completamente cerrada a las ruinas antiguas, específicamente a las romanas. No había apertura ni siquiera hacia Grecia, mucho menos hacia el Medio Oriente o a las culturas africanas. Esto difería de la formación en Inglaterra, Alemania y otros países europeos, que no tenían restricciones de ninguna academia, no poseían ninguna institución que regulara el gusto, u otorgara premios similares al de Roma. Los arquitectos que ya poseían su propio taller poseían un estilo definido que sus aprendices adquieren con el tiempo. Estos estilos eran reconocidos por el jurado del Premio de Roma que favorecían a los antiguos alumnos de la Escuela de Bellas Artes o a alumnos de sus ex alumnos.
La Academia de Bellas Artes estaba dirigida por la imponente figura de su director, Antoine Quatremère de Quincy (1755-1849), un antiguo escultor convertido en filósofo de la estética y fiel seguidor de las teorías de Johan Winckelmann, que expuso que el arte tiene por objeto la representación de la belleza, no basándose en la realidad pero de manera ideal. Quatremère de Quincy era un apasionado por el arte antiguo que idealizaba al punto de no ser capaz de verlo como realmente era y prohibiendo a los alumnos de la Escuela que viajaran a Grecia u a otros países a hacer excavaciones o bosquejos que pudieran contradecir su forma de pensar. Esta rigidez de la academia se expresaba hasta en pequeños detalles como la policromía en arquitectura que era vista como un signo de decadencia en el arte. A pesar de que muchos monumentos en Grecia tenían rastros de haber tenido color, la academia miraba con muy malos ojos cualquier añadidura de pintura a los edificios y sancionaban a los arquitectos que transgredían ese principio. Se permitió la apertura hacia Grecia hasta en 1845 cuando se remplazó a Quatremère de Quincy y cuando se creó la Escuela Francesa de Atenas. Es allí que los alumnos descubrieron una arquitectura que no correspondía a la visión de su antiguo director ni de Winckelmann: edificios con colores, creados en base a principios racionalistas, que son utilitarios y no puramente decorativos, hechos para recibir personas. Esto puede sonar evidente de nuestros días pero hay que recordar que el siglo XIX el estilo reinante es el Neo-Clasicismo. Este estilo es un símbolo de la misión universalista que se atribuía Francia en esta época, país que se estima el heredero de la Antigüedad y que pretende propagar la Razón que defendió con su Revolución a través esta arquitectura “del gigantismo, de la artificialidad y de la indiferencia del contexto”.
Esta formación de los arquitectos contrastaba notablemente con la de los ingenieros que sí tenían una educación más formal que les otorga un diploma al final de la misma. Los ingenieros reciben muchas clases técnicas, son capaces de construir y no se pierden en divagaciones o en programas irrealistas.
Todo este sistema perdura hasta en 1968, cuando se separó definitivamente la enseñanza de la arquitectura de la Escuela de Bellas artes ya que se empezó a exigir para los arquitectos más clases de sociología y urbanismo, entre otras. En este año se eliminó también el Premio de Roma, aunque todavía existe la Villa Médicis.
El Museo de los monumentos franceses
El edificio de la Escuela de Bellas artes, era el antiguo convento de los Pequeños Augustinos, construcción que nos obliga a hablar un poco sobre la conservación de obras artísticas luego de la Revolución Francesa. Luego de la Revolución se crea la “Comisión de artes y monumentos” que tenía como objetivo conservar objetos del pasado que hayan sido testigos de la historia de Francia y que deben ser puestos a disposición de la nación con una función pedagógica; nótese que es por esta razón más que por algún interés o valor artístico que se conservaron las obras. Es en esta época que aparece el concepto de “monumento” (utilizado por primera vez por Aubin-Louis Millin en 1790 en una asamblea constituyente) y se comienza a emplear el concepto de Patrimonio nacional desde 1791. En estos años se llevaron varias obras de las provincias a París, práctica criticada por algunos que consideraban que una obra de arte sólo tiene interés en el lugar donde fue concebida, que sólo puede ser comprendida en el contexto al cual pertenece.
Se confía en 1791 al señor Alexandre Lenoir (1761- 1839) la tarea de salvar de la destrucción de sus colegas revolucionarios todas las obras artísticas que pueda y se le adjudica el Convento de los Pequeños Augustinos, en París, para conservarlas. Lenoir, que afortunadamente tenía una formación artística y una sensibilidad para la Edad Media -aunque no necesariamente una educación al respecto-, conservó de todo tipo de estatuas, cuadros, pedazos de castillos y hasta algunas de las tumbas de los reyes que se encontraban en la Basílica de Saint-Denis. En el año de 1795 crea en el Convento lo que se llamaría el “Museo de los monumentos franceses”, considerado el primer museo de historia en el país y crea una puesta en escena de los objetos en orden cronológico, organizando las salas por siglos y poniendo los objetos según la época que representan, más que por su fecha de realización. Este museo fue muy importante por dos razones: primero, ponía en el mismo nivel el arte de la Edad Media (que para la época no era estudiado con seriedad, ni mucho menos comprendido y por algunos ni siquiera respetado) y porque permitió a toda una generación de artistas y escritores apreciar esas obras. Sin embargo a partir de la Restauración en 1816 el museo cerró y se devolvieron las obras a sus propietarios. Pero este proyecto influyó en la creación del Museo de Cluny en 1844, actual Museo de la Edad Media en París, y el Museo de los monumentos franceses en 1879, actual “Cité de l’architecture et du patrimoine”, ubicado en la plaza del Trocadéro, también en París.
El edificio del convento pasa a ser la Escuela de Bellas Artes, donde se le confió al arquitecto Félix Duban la construcción del Palacio de los Estudios.
El Palacio de los Estudios
Duban pertenece al grupo de los “Neo-griegos”, término que engloba a sus colegas Henry Labrouste, Louis Duc y Léon Vaudoyer y que no debe considerarse como una escuela o estilo ya que comparten ideas y filosofías pero son todos diferentes.
Cuando cerró el museo de Lenoir algunas obras se quedaron en el edificio y Duban las aprovecha para su composición. Considera que estos elementos de la historia de la arquitectura francesa serían de mucho provecho para los estudiantes de arte que podrían tener acceso directo a las obras. Es de esta forma que compone una fachada de la construcción basada en el pórtico del castillo de Gaillan que tiene enfrente, también del pórtico del castillo de Anet que muestra los sistemas dóricos, jónicos y corintios superpuestos. Lo que se pretende es ver el edificio moderno a través del filtro de la historia, lectura que se pierde cuando se regresa el pórtico a Gaillan. Duban diseña una bóveda metálica para el centro del Palacio, con el fin de crear un amplio espacio para acumular modelos y obras. Decora la galería del primer piso con frescos, el patio du Murier, que era el antiguo claustro del convento, contiene una reproducción del friso de Palas Atenea y está coloreado como en la Antigüedad. Se coloca una estatua ecuestre y una reproducción del Juicio final en la Capilla, y se decora el hemiciclo donde se entrega el Gran Premio con una pintura de 27 metros de largo a cargo de Hippolyte Delaroche. En este edificio la Historia es indispensable para la puesta en escena de la arquitectura.
Un arquitecto para un imperio
Charles Garnier (1825-1898) es un claro ejemplo de la formación de los arquitectos de su época. Trabajó en el taller del arquitecto J.A. Léveil y estudió en la Escuela de bellas artes donde obtiene el Premio de Roma en 1848 con su proyecto “Conservatorio de artes y oficios con galería de exposiciones para los productos de la industria”. Tuvo la oportunidad de viajar a Grecia con amigos que incluían al autor Théophile Gautier, y esto se refleja en las obras notablemente coloreadas que se presentan en la exposición.
La exposición comienza con una primera sala dispuesta como si fuera un taller de arquitectura, con mesas de dibujo donde en medio de lámparas y lápices grafito se muestran fotos, textos, caricaturas y dibujos, tanto del arquitecto como de sus contemporáneos y colaboradores. Se recorre la sala de forma cronológica, aprendiendo sobre las diferentes facetas de Garnier: su vida personal, profesional, sus pasatiempos, amistades, sus viajes e inspiraciones, etc. En las siguientes salas se ven algunos de sus planos pintados en acuarela, gigantescos, absolutamente impresionantes. Se sigue su evolución con trabajos que entregó durante su estadía en la Villa Médicis. En el segundo piso se realza desde luego el Palacio Garnier o la Ópera de París, uno de los pocos edificios de la época que están nombrados de acuerdo a su autor. Uno camina sobre la planta del edificio y recorre los espacios donde se exponen planos arquitectónicos, perspectivas, detalles e interpretaciones de otros artistas, sobretodo de aquellas que muestran la famosa y gigantesca escalera que da acceso a los espectadores. Hecho en un estilo “Napoléon III” como le respondió a la emperatriz Eugenia, quien decepcionada porque Garnier ganó el concurso en lugar de Viollet-le-Duc le preguntó qué estilo era el de la obra, la Ópera es su obra más recordada pero no la única. Son de su autoría el casino y la ópera de Monte-Carlo, el teatro Marigny y el observatorio astronómico de Nice, hecho en colaboración con Gustave Eiffel, entre otras obras. La exposición es una excelente oportunidad de ver más de cerca cómo se trabajaba en el siglo XIX, qué representaba ser arquitecto y especialmente uno famoso y reconocido. Garnier comprendía perfectamente la misión de su oficio en su sociedad pero también su responsabilidad con la posteridad. Me encanta la forma en que realza su profesión con la frase “No hay que escoger entre las artes: hay que ser Dios o arquitecto”. Estoy muy de acuerdo con él.
Para terminar dejo estas imágenes del Palacio Garnier en la actualidad: Bibliografía:
Jean-Michel LENIAUD, Viollet-le-Duc ou les délires du système, éditions Mengés, Paris, 1994
Notas del seminario “Identidades nacionales en la arquitectura del siglo XIX: el caso de Francia entre 1820 y 1900”, Marc Saboya
Notas del seminario “Restaurar el patrimonio medieval”, Christian Gensbeitel.
Excelente post. Excelentes fotos.
ReplyDeleteFeliz año Marcela...
Un fuerte abrazo.
Muy instructivo el post. Le recomiendo ver el documental sobre la Escuela de Bellas Artes de Dubán, de Richard Copans de la serie "Architectures", producida por Arte France.
ReplyDeleteSaludos