05 June 2011

Pueblo chico, infierno grande

wallpaper-do-bad-things-1600 Si hay dos cosas de las que puedo hablar en este momento es de mi monografía y de True Blood. He pasado las últimas semanas completamente sumergida en esas dos cosas, pero mientras ultimo los detalles finales de mi monografía, no tengo otro remedio que hablar de vampiros, para mi gran fortuna. True Blood llegó a mis manos casi por accidente, cuando un amigo me la pasó, junto con un montón de series que me recomendaba ver pero como son de machos no me ha nacido la curiosidad por empezar (Rome, Breaking Bad, The Pacific…). Personalmente no tenía intenciones tampoco de meterme a otra historia de vampiros y después de unas cuantas escenas aleatorias que había visto hace algunos meses, estaba lejos de sentir el llamado. Pero luego de pasar encerrada muchas horas, leyendo o escribiendo y luego de terminar todas las series que tenía disponible me vi en la necesidad de conocer el mundo de Bill y de Sookie. Para mi gran sorpresa me convertí en una adicta.

Al principio, Sookie, que trabaja como mesera de Bon Temps, un pueblo ficticio en Louisiana, se anuncia como la versión un poco mayor de Bella Swan, de Twilight. Una chica bonita que entra en contacto con un vampiro y se enamora perdidamente de él. Pero creo que desde las escenas en las que ella le salva el pellejo al extremadamente atractivo Bill, queda muy claro que estar enamorada no equivale a ser sumisa todo el tiempo. Si bien se pueden encontrar muchos paralelos entre Bill y Edward, solitarios, atormentados que reniegan de su condición vampírica; Sookie y Bella se diferencian en edad, la primera de veinticinco años, la segunda de dieciséis y sobretodo en temperamento: Sookie es capaz de defenderse sola, de separarse y rechazar a Bill si es necesario y tiene unos atisbos de crueldad que son refrescantes sobre todo cuando se piensa en cómo se retratan a los seres humanos en ese tipo de historias. Aunque por supuesto, ella es más que una simple humana… Muchas cosas de True Blood son completamente absurdas, pero a medida que pasa el tiempo y que uno se acostumbra al festín de criaturas sobrenaturales que se reúnen en un mísero pueblo olvidado, uno es capaz de sentir la emoción, la angustia y el sentido del humor que atraviesa sutilmente la serie, capaz de reírse de sí misma en varios momentos. La serie es parte novela romántica, con algunos diálogos dignos de estar en una novela de Danielle Steel o Corín Tellado; parte película de terror, con mucho suspenso y una dosis exagerada de tripas y sangre completamente asquerosas como fascinantes, y es en gran parte pornografía, para mi gran deleite porque entre Stephen Moyer, Aleksander Skarsgard y Joe Manganiello, que hace de Alcide, un hombre-lobo pero sensible, realmente es difícil decidir. (De hecho, si quitamos de la ecuación a Skarsgard, creo que así como en Twilight, en True Blood los más guapos son los hombres-lobo.)Alcide-Herveaux-true-blood-14787904-1920-1080 Esto me lleva inevitablemente a preguntarme, ¿qué significa el gran éxito de las series y películas de vampiros en este momento para nuestra sociedad? ¿Es sencillamente el éxito de una fórmula de marketing que funciona aunque se repita o habrá algún significado subyacente? De True Blood he leído que le atribuyen el simbolismo de denuncia social, ya que se asimila la exclusión de los vampiros como una metáfora de la lucha de los homosexuales por el reconocimiento de sus derechos, una comparación que rechaza completamente el creador de la serie. Voy a darle la razón a Alan Ball, repitiendo su argumento que es un significado muy fácil, casi perezoso. No es que la serie tenga aspiraciones filosóficas elevadas, es que justamente darle connotaciones tan políticas le quita mucho de su valor de entretenimiento. Muchos dicen que el secreto de la fama de los vampiros es que siempre tienen relación con el sexo. Pero honestamente, hay muy pocas historias que no se definan en relación a ese tema, ya sea por inmersión o por omisión, pero siempre alrededor de él. ¿Qué las hace entonces tan populares? Yo puedo dar fe de dos cosas: la primera es la necesidad de salir de mi mundo por un momento, creer en universos paralelos con reglas distintas, con seres diferentes donde pueda distraerme de los reales. La segunda es Eric, que puede morderme cuando le dé la gana. No tengo otra excusa para esto más que mi simple humanidad.

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