24 May 2008

I know my chicken, you’ve got to know your chicken

Una de las cosas que más disfruto entre la amplia gama de posibilidades que ofrece este mundo moderno, es ir a comer con los aleros. Por cuestiones de horario y por cierta tradición implícita, nos reunimos los sábados por la noche, en nuestro “favorito” restaurante de turno o en el próximo que vamos a reseñar. En los inicios eran salidas inocentes, en Las Tejitas porque es de un amigo de Herminio. Nunca voy a entender los conceptos de restaurante prácticamente al aire libre, con cuatro postes, un techo pero sin paredes. Especialmente porque te cobran como si las paredes fueran de bloque de 8” reforzado con varillas #8 y concreto de 3265 PSI. La comida no es tan buena: los tacos son más abundantes que los del Fogoncito, eso sí, pero son olvidables, y la verdad es que cualquier combinación de carne molida, frijoles y salsa está eternamente arruinada para mí después de numerosos semestres de catrachitas en la universidad, por lo que no me impresionan sus nachos. Hablando del Fogoncito, tengo buenos recuerdos de cuando Bertha todavía seguía aquí. Llegamos una noche porque de repente ese se convirtió en el lugar de moda y teníamos que averiguar por qué tanto escándalo. Evidentemente se les subió a la cabeza tanta fama: la atención fue malísima, y no querían guardarnos una silla para el pobre de Juank que no había llegado. Supuestamente todas las sillas estaban ocupadas o reservadas, y justo a nuestro lado estaba una de esas mesas estuvo abandonada todo el rato que estuvimos rumiando nuestra furia. Por suerte no hay mejor manera de garantizar un servicio al cliente de óptima calidad que salir con Mafer: sus estándares son muy altos, casi tan altos como los niveles de enojo que alcanza cuando un mesero se tarda en atendernos (Pollo Supremo en los Arcos, si Mafer se levanta de la mesa, ya no hay propina); no trae lo que le pedimos, no le presta atención, o como aquella vez en el Gordo que queda en un carwash de la Guadalupe, tiene el descaro de atreverse a sonreírnos. Y sí, probablemente el Gordo sea la mejor franquicia hondureña que se ha creado desde que supimos que Bigo’s nunca iba a destronar a Burger Hut. Todavía tenemos pendiente probar el de la Alhambra y el que está cerca del aeropuerto.

La comida china merece un párrafo sólo para ella. Hemos probado de todo, desde lo más caro hasta lo más ratuno y barato. Generalmente todos estamos siempre acabados y eso hace aún más interesantes las salidas, pero cuando andamos extrañamente millonarios, nos damos una pasada por el Mirawa frente al cual casi perdimos la vida hace más de un año. Lo mejor de ese lugar es la sopa de bambú con hongos y res. Es exquisita, deliciosa, indescriptible por este medio imperfecto de comunicación. Está también el Palacio Real, que disparó la conversación de que los restaurantes chinos constituyen una tipología arquitectónica definida: mientras más luces, colores, adornos, arañas, flores y fotos que se iluminan por detrás de paisajes orientales, mejor. Hay un problema que surge cuando los aleros van a un restaurante familiar y tienen la desgracia de sentarse al lado de familias con niños: nuestra cantidad de boconadas por minuto incrementa exponencialmente, de forma “inconsciente”. Cosa que nunca ocurrió, digamos en los ya desaparecidos martes de Ruby’s, donde sólo nos rodeaban otro montón de jóvenes extraviados, emborrachándose con los cocteles a mitad de precio hasta las 9 y hartándose los aperitivos al 2x1 hasta las 7 de la noche. Uno de nuestros mejores hallazgo como grupo, porque los Matute ya eran asiduos, fueron los chinos al lado del Super Pollo Jurídico en la Miraflores. La comida es tan barata que sabe mejor por eso. Incluso, una vez que has ido a ese lugar, da pesar pagar 150 lps por pollo con marañón en cualquier otro lado. Herminio nos invitó el otro día a los chinos del Hogar, que fueron el único restaurante que aceptó que una noche de póker les pagáramos sólo con monedas. Este jueves me enteré que si veo un pedazo de carne rosada no identificada, es Spam frito. Acaban de abrir otros chinos en las Colinas, frente a mi antiguo colegio, y a pesar de las referencias negativas que teníamos de una visita anterior de Moisés, hoy nos atrevimos a ir. Fue una agradable sorpresa, con el kitsch muy bajado de tono, y con muy buena comida, excepto que el bambú de la carne estaba ligeramente ácido (a mí me gustó). Hoy fue la final de la liga nacional de fútbol (huh??) y tenían el partido en pantalla plana frente a nosotros. Hubiéramos querido ver la cara de Mafer cuando interrumpían la transmisión por problemas con la señal, pero ella nos abandonó para irse a verlo con gente a la que sí le interesa semejante espectáculo decadente. (Qué desconsolador es comprobar el paso del tiempo viendo cómo han envejecido los reporteros deportivos.) Todavía nos queda probar el Gran Shanghai, frente a la embajada americana. Tiene en la entrada unas columnas todas psicodélicas, y se ve tan caro que no nos hemos atrevido a ir. Somos unos expertos en entrar, sentarnos, ver el menú, comprobar que está fuera de nuestro alcance, levantarnos e irnos, como sucedió en el Patio para el último cumpleaños de Moisés, o la pizzería con delirios de grandeza de Valle de Ángeles. Supuestamente es muy vergonzoso, pero a mí me divierte mucho ver a los meseros desconcertados.

Uno de nuestros temas de conversación favoritos cuando estamos reunidos, son los aleros que brillan por su ausencia. Juank, no entiendo cómo funcionan tus orejas todavía, porque deberían haberse sobrecalentado de tanto que te recordamos. Yo creo que es tu adorable e inmensa bondad que contrasta con nuestros oscuros corazones, porque te mencionamos para comparar lo que haríamos nosotros en alguna situación, con lo que harías vos, pequeño inocente. Cuando Moisés no está, se puede comer harina, porque el pobre es alérgico. Pizza Hut o aún mejor, la pizza de tocino y maíz de Pizza House, es para ese tipo de ocasiones. Bueno, esto es esperando muchas más salidas de este tipo en el futuro, y recordando que hubo alguna época en nuestra juventud en que pude haber hecho un post eterno sobre los bares a los que íbamos. Dios, la vejez…

2 comments

  1. Me encanta ver cómo convierte una serie de salidas a restaurantes de mala muerte, en un increíble post. Está buenísimo!Me pegué unas buenas atoradas de risa!!

    Nunca hubiera sido capaz de analizar lo viejos que estamos, con el hecho que salimos únicamente a comer, y aquellas salidas a bares quedaron perdidas... demonios, estamos viejos indeed.

    Y seeeh, hace falta el JuanK; estoy de acuerdo en el contraste entre la bondad de su corazón y la amargura de los nuestros.

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  2. para mi, no hay mejor lugar que el furiwa...especialmente si sabes algunas cosas que no estan en el menu ;)
    tenemos que salir a comer la proxima vez que anda por ahi

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