En la década de los 70s se hizo un experimento con varios niños de preescolar en el que una persona les puso una golosina enfrente y les dijo que iba a ausentarse por 20 minutos. Durante ese tiempo podían tomar y comerse la golosina, pero si esperaban hasta que volviera el experimentador iban a ser recompensados con dos golosinas. Se hizo un seguimiento a los niños, doce años más tarde, cuando estos ya eran adolescentes. Un tercio de los muchachos que en su infancia no resistieron el impulso y se comieron su bocado se convirtieron en jóvenes problemáticos, anti sociales, frustrados, incapaces de manejar adecuadamente situaciones de estrés, desconfiados, resentidos, celosos, peleones y con puntajes en los exámenes del SAT mucho más bajos que sus contrapartes que sí resistieron la tentación. Los niños que sí esperaron los 20 minutos -tapándose los ojos, distrayéndose cantando, jugando o hasta intentando dormir- se hicieron muchachos competentes, emprendedores, con confianza en sí mismos, honrados, responsables y con muy buenas notas en los SATs. La pregunta obligatoria aparece: ¿nos habríamos comido la golosina a nuestros cuatro años?
El ingeniero de Obras III nos puso a leer “Inteligencia emocional”, un libro de Daniel Goleman en el que explica cómo el concepto tradicional del coeficiente intelectual es un indicador muy pobre e incompleto para determinar si una persona va a ser exitosa o va a sentirse satisfecha a lo largo de su vida. Para él todas las habilidades para controlar y manifestar adecuadamente las emociones, motivarse a uno mismo ante los obstáculos de la vida y tener relaciones interpersonales fructíferas y profundas son las que realmente cuentan, y eso explica porque personas que son académicamente brillantes terminan con trabajos insípidos, matrimonios arruinados, sin dinero y amargados. Ese conjunto de habilidades las engloba en el término inteligencia emocional, que no puede ser medido en tests globales cómo el CI sino solamente verificando cómo reacciona la persona ante determinada situación. El psicólogo pretende demostrar también que este tipo de inteligencia sí puede mejorarse a lo largo de la vida y que no estamos condenados a ser víctimas de nuestros impulsos si nosotros no lo queremos así.
Ahora, en el contexto de lo explicado anteriormente trataré de analizar si mis comportamientos recientes han sido emocionalmente inteligentes o simplemente primitivos. Por ejemplo, el lunes de la otra semana hay entrega de Diseño VIII. Es la pre entrega del proyecto, que se distingue de una entrega de anteproyecto en el sentido de que esta última es completamente arquitectónica: plantas, fachadas, cortes, nada constructivo, cero instalaciones, mientras que en esta ocasión tenemos que entregar planos estructurales, de instalaciones hidráulicas y eléctricas, además de todas las plantas, fachadas y cortes, con la dificultad adicional de que estamos trabajando en una remodelación y eso significa que hay que mostrar planos de la situación actual comparados con la nueva propuesta. Son días ajetreados, estresantes, porque todo el semestre nos hemos concentrado en el Seminario y un poquito en Planificación y ahora pagamos las consecuencias, haciendo todo a última hora y descuidando todos los otros aspectos de nuestras vidas académicas o de otro tipo. Pues estoy trabajando en mi casa, corrigiendo plantas de los edificios de la facultad de Medicina, que una empresa de mala muerte digitalizó atrozmente, como si los hubiera arruinado a propósito para provocar el sufrimiento de cualquier persona que los ocupara. Son muchas horas de atrofia mental, porque no es un trabajo emocionante ni creativo, y ocupo un poco de distracción. Van a ser las 6 de la tarde; a las 7 comienza mi hora oficial de relax y cenar y se plantea una disyuntiva: descanso por 20 minutos viendo online el episodio de esta semana de The Hills o continúo responsablemente con mi labor hasta las 7 de la noche cuando podría verlo sin robarle minutos a mi horario de trabajo. Esta es realmente una decisión difícil porque 20 minutos de distracción pueden significar un alza en la productividad en lo que queda antes del descanso oficial, mientras que el trabajo prolongado puede hacerse tedioso y aburrido al punto de volverse lento. Aristóteles decía que cualquiera puede enojarse, pero uno debe aprender a enojarse con la persona adecuada, en el grado exacto, el momento oportuno, con el propósito justo y el modo correcto. Pues decido equilibrar entonces: en una esquina de la pantalla de la computadora pongo The Hills, y el resto lo dedico a seguir dibujando. Cierto que no le presto tanta atención al programa pero no se requiere gran concentración para entenderle, y por lo menos me concentro en el plano en los momentos en los que la conexión de Cablecolor comienza a apestar. ¿Qué significa eso? Probablemente que a los cuatro años me hubiera levantado de la silla a pedirle a uno de esos niños que sí se quería comer de un solo su bocadillo que lo compartiera conmigo para no comerme el mío, o que tal vez si había un televisor cerca el experimentador se hubiera quedado esperándome porque yo estaría muy distraída con algún programa. Sea como sea, la inteligencia emocional tiene muchos matices más que sólo diferir el placer y esperar luego la recompensa. Hay muchas formas torcidas para comerse el pastel y tenerlo también y allí es donde entra el coeficiente intelectual.
Just droppin by to say Hi... Greetings
ReplyDeletejajaja me llegan tus criticas... del estudio ya habia escuchado algo, de la inteligencia emocional esta de "moda" aunque no son conceptos nuevos... esta basado en un modelo egosocial si podes (me da pena decir si podes, no tenes tiempo) lee alfred Adled y sus estadios de la persona humana... ante cada estadio hay una meta que cumplir, que te proyectan o te unden en la busqueda de la felicidad y la realizacion...
ReplyDeletete hubiera recomendado 20 min de television... saturar la mente no es bueno... no podes llevar un carro siempre a 100 km por hora... yo se que sos tipo f1, pero esos estan hechos para carreras cortas...
Fijo yo me la como. Al menos ahorita me la comería, hahahaha. Saludos Marcelita que nunca me volvió a hablar por messenger.
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