Pequeña aislada que soy, hasta hace pocos días me di cuenta que no sólo yo he tenido que lidiar con la descontextualización y que en realidad existen diferentes formas de enfrentar con el hecho de verse alejado de sus raíces. Es una cuestión de temperamentos, un área en la que yo no me he ganado precisamente la lotería, pero en realidad hasta los reyes del optimismo tienen que pelear contra los obstáculos que representan el idioma distinto en un país que no se caracteriza por su apertura a los extranjeros, la nueva comida en un lugar que se cree la Meca de la gastronomía y bueno, los franceses en sí, unas criaturas con un exterior tan duro que es la envidia de cualquier crustáceo salvaje. Me cuestionaba entonces sobre cuáles son las manifestaciones y adaptaciones a este nuevo ambiente. Los Erasmus, estudiantes europeos que emigran por uno o dos semestres a festejar ininterrumpidamente gracias a su despreocupación por aprobar sus clases, generalmente se quedan con otros Erasmus. Los bares organizan fiestas para ellos, las asociaciones para “integrar” extranjeros organizan viajes sólo con ellos, son un potpourri de nacionalidades transitando temporalmente en un lugar y por ende no sienten necesidad de integrarse. Un sentimiento recíproco al parecer. Conocí a la única Erasmus estudiante de Historia del arte, una española muy simpática y me dijo que el trato que yo había recibido con mis colegas estaba lejos de ser una excepción: a ella incluso la presentaron a sus compañeros como la estudiante de intercambio y tenía problemas hasta para hacer trabajos en grupo a tal punto la ignoraban. Afortunadamente había conocido a toda la colonia española gracias al equivalente de facebook de su país y se hicieron todos amigos, saliendo y algunos hasta viviendo juntos.
El gran dilema que tenemos que enfrentar nosotros expatriados es la elección entre vivir y estudiar, una opción que ni siquiera se me cruzó por cinco segundos cuando vivía en Honduras. Mi compromiso eran mis estudios y punto. No me interesaba salir por las noches, tenía mis amigos y no necesitaba más, no tenía la posibilidad o el interés de hacer turismo local. No me duele que lo único que puedo recordar de mis años de estudio de licenciatura sea el audio de la programación televisiva de la madrugada que me acompañaba mientras trabajaba en Diseño. Pero aquí no es lo mismo: encerrarse a estudiar es particularmente difícil cuando allá afuera hay miles de exposiciones o eventos a los cuales asistir, cuando hay tantos museos, monumentos o ciudades que visitar, cuando se tiene la posibilidad de conocer a gente tan diversa, hasta cuando hace un día de sol después de cuatro meses de no haberse separado del abrigo. Aquí la vida cobra otro sentido y es cuando duele tanto haber recibido una educación tercermundista que no te prepara para las exigencias de este sistema, porque es cuando más se debe estudiar. Hay gente que decide encerrarse ininterrumpidamente y debo decir que en cierta forma los admiro. Es una disciplina que no puedo y en el fondo no quiero tener. Estudio, me organizo lo mejor que puedo, me esfuerzo como nunca antes lo había hecho, pero quiero vivir también. Quiero recordar los lugares a los que fui y las comidas que probé, no sólo los trabajos que tuve que hacer. Evidentemente está el otro extremo, el completo desapego a lo académico, algo en lo que no podría caer, no sólo por mi compromiso con la beca sino también por la oportunidad que es estar aquí. Mi universidad dista de ser una eminencia a nivel internacional y tengo excelentes profesores, con varias publicaciones en su currículo y con áreas de interés diversas y muy interesantes. Sería un desperdicio no aprovechar la oportunidad de aprender de ellos, de seguir sus consejos o de leer sus bibliografías. Y no sólo los maestros, jamás pensé estudiar obras a las que podría tener acceso con unas cuantas horas de viaje. Es cierto, es duro obligarse a estudiar cuando el mundo es tan tentador pero realmente quiero hacer lo mejor que pueda mientras esté aquí. Yo quería irme de Honduras porque anhelaba la posibilidad de probarme a mí misma que podía aprender más, que podía asimilar más de lo que la Autónoma había podido ofrecerme y tenía la intuición de que la arquitectura era mucho más de lo que se hace en mi país actualmente. Lo mucho que me cuesta estar aquí no es porque quiera regresarme, ni mucho menos porque no esté haciendo exactamente lo que debería en este momento: todos mis conflictos los tuve allá y los seguiré teniendo en cualquier lado al que vaya pero estoy consciente que se subordinan a lo que considero es mi misión y a lo que me llena de felicidad.
Una chava dijo el otro día que ella se integraba tan bien a cada país al que iba que sólo se relacionaba con las personas del lugar y que hasta se le olvidaba el español al cabo de un tiempo. Si ese es el estándar de éxito para la emigración pues estoy lejos de alcanzarlo. Pero en cierta forma estoy muy contenta de ser la única hondureña en Bordeaux y que ni siquiera se me presente la oportunidad de crear un enclave en el que mis amigos sean todos hondureños y nos reunamos cada fin de semana a cocinar tortillas con frijoles y a bailar canciones de Polache. Soy una hondureña en Francia y voy a tratar de aprender lo más que pueda de este país, a mi manera. Si eso quiere decir aprender cocina boliviano-germánica, hablar inglés con acento indio y comer en restaurantes brasileños con mis amigos peruanos pues esa va a ser la Francia que voy a recordar, pero no va a ser un pobre intento de recrear un país que justamente es maravilloso porque está lejos. Que nadie espere entonces una asociación de hondureños en Bordeaux.
¡Muy interesante! Una amiga que vivió una temporada en Bélgica me contó que allá sucede exactamente lo mismo y pues los latinoamericanos tienden a formar sus propios nichos sociales en donde solo se habla español y se come cualquier cosa preparada con maíz si se tiene oportunidad. Sin embargo ella, siempre rebelde, se negó rotundamente a tratar de imitar allá lo que tenia en Honduras. No se arrepintió. Según cuenta, fueron los mejores 6 meses de su última infancia e hizo amistades de por vida. A lo mejor es solo cuestión de salir y ver que pasa. Lo bueno de los seres humanos es que todos somos diferentes y no se puede generalizar. Estoy seguro que habrá en Francia muchas personas con actitud mas abierta que el resto.
ReplyDeleteGracias por tu comentario Alejandro! Creo que es como vos decís, salir y ver qué pasa, con la conciencia que tu país estará allá, esperándote, pero esto es temporal y hay que aprovecharlo mientras dure.
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