Adriana está de visita en la ciudad por unos cuantos días. No hay mejor excusa para tomar un descanso y recorrer el centro en el último domingo antes de que las multitudes regresen de vacaciones.
Peregrinamos por la calle Sainte Catherine, la vía peatonal más larga de Europa y una fuente incesante de tentaciones cuando las tiendas están abiertas. Fuimos chicas muy prudentes al ir cuando todo estaba cerrado. Su nueva vida en Bilbao le hacía extrañar las “super cookies” de La mie câline, unas galletas gigantescas de chispas de chocolate a las que se les puede sentir la manteca y el azúcar casi sin procesar. Son exquisitas. Yo me fui por un tradicional helado de manzanas y frutas rojas. Estas deben ser las vitrinas más hermosas de Bordeaux. El lugar más feliz en la Tierra… para mí: Mollat. Una librería de miles de metros cuadrados donde se encuentra virtualmente todo. Con la satisfacción adicional que es un negocio local y único. A lo lejos se distingue la puerta de Dijeaux, que completa la trilogía de arcos de triunfo de la ciudad formada por la puerta de Aquitaine en place de la Victoire y la puerta de Bourgogne frente a la Garonne. La plaza Gambetta, el lugar donde se siente la primavera en toda su plenitud. Alérgicos al polen, abstenerse. Y bueno, el resto de nuestra tarde fue muy agitado, pero ya no se podía documentar. La lluvia nos alcanzó y nos refugiamos en un café. Luego fuimos al cine, a ver “Red riding hood”, una película perfecta para una tarde de nenas con un chico guapo y un romanticismo desmesurado, para luego cenar al puro estilo francés en Mc Donalds. Porque no hay nada más francés que Mc Donalds y quisiera estar bromeando, pero no es así.
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