Mi hermano sale a fumar a la terraza todas las noches, cuando supuestamente estamos dormidos. Esta noche oyó una agitación en los árboles y le pareció ver una sombra atravesar el patio de abajo. Agarró su pistola de balines y me alertó que estuviera pendiente del teléfono. Él quería salir a verificar por su cuenta, pero lo convencí de que levantara a mis papás. Entré en pánico. Ahora que no tenemos perro no hay forma de que nos alerte de ruidos extraños, y mi casa tiene sus protecciones, pero ¿cómo hay forma de sentirse completamente seguros?
Maldición, van a entrar a mi casa, nos van a amarrar, a robar todo y yo voy a estar con una mascarilla. Me lavé la cara y subí a acompañar a mi papá y a mi hermano armados (con unas reales y no de juguete), y a mi madre que vigilan desde la sala. Llaman a los vecinos para que enciendan las luces de sus patios. Tengo el celular y el teléfono inalámbrico a la mano y trato de recordar el número de la policía.
El único asalto que se ha dado en mi casa se dio de la mejor manera en que pudo haberse dado. Estaban en el último día de unas remodelaciones al garaje y ya no íbamos a tener que aguantar más ruidos, polvo ni albañiles. A mediodía, unos tipos metieron un carro al garaje (dejábamos el portón abierto por los materiales que llegaban) y se metieron a la casa donde sólo estaban la trabajadora y mi pastor alemán de ocho años. No había nadie de la familia, ni siquiera mi papá que era el supervisor, y Marielena recuerda que cuando llegaron, los ladrones tenían instrucciones de matarlo si aparecía. No tengo idea por qué Laika no atacó. Ya estaba mayor, y por los albañiles afuera, la obligaban a estar dentro de la casa y eso la deprimía. De alguna forma terminó rondando en la calle, ilesa, por que algunos vecinos la vieron. Los vecinos y los vigilantes, los idiotas que miraron todo y ni siquiera llamaron a la policía. Un ladrón vigilaba a Marielena, que en su nerviosismo pidió permiso para apagar el arroz, y los demás saquearon toda la casa. No quedó gaveta sin vaciar, electrodoméstico que no se llevaran, cuadro que no bajaran de la pared esperando encontrar una caja fuerte, los ilusos. Yo llegué a mi casa como tres horas después, cuando habían detectives haciendo inventario de lo robado y buscando huellas. Laika estaba con vida, encerrada en un cuarto.
Nadie murió, nadie salió herido, nadie vio nada. Pero todos cambiaron. Mis papás entraron a una especie de depresión y paranoia, los efectos económicos fueron terribles y mi perro murió unos meses después. Casi no hacen reparaciones en la casa y la remodelación original no está del todo terminada. Yo detesto a cualquier electricista, fontanero o a cualquier ayudante que entre aquí, por mucha confianza que se le tenga. Lo más perturbador es sentir que no estás a salvo en tu propio hogar. Siempre he creído que el miedo es un imán y he sentido que si no los atraigo, los asaltantes no tienen razones para acercarse. Por eso no me importa caminar en la calle, irme en los buses o pulular por lugares concurridos. Pero oír relatos de familias que son atacados en medio de la noche mientras dormían, se levantaron en la mañana y todo había desaparecido, te pone a pensar.
Siempre me burlaba de la tendencia armamentista de los hombres de mi familia (fue toda una sorpresa cuando me dieron una pistola por primera vez y resultó que tengo una puntería excelente). Pero esta noche no quiero imaginar qué hubiese pasado si no tuviésemos nada con qué por lo menos hacer la lucha. Al parecer todo fue una falsa alarma y ya se fueron a acostar, pero yo sigo intranquila. Mi ventana queda al lado del patio, y estoy indefensa. No tengo ni un mísero gas lacrimógeno, del que me deshice hace unos años en uno de esos ataques súbitos de limpieza.
Cuando todo empezó, lo primero que pensé fue “Pero soy feliz, esto no debería de estar pasando.” Pequeña ingenua, como si la alegría te fuera a defender de los peligros. O quizá. No tengo mejor arma en este momento.
Maldición, van a entrar a mi casa, nos van a amarrar, a robar todo y yo voy a estar con una mascarilla. Me lavé la cara y subí a acompañar a mi papá y a mi hermano armados (con unas reales y no de juguete), y a mi madre que vigilan desde la sala. Llaman a los vecinos para que enciendan las luces de sus patios. Tengo el celular y el teléfono inalámbrico a la mano y trato de recordar el número de la policía.
El único asalto que se ha dado en mi casa se dio de la mejor manera en que pudo haberse dado. Estaban en el último día de unas remodelaciones al garaje y ya no íbamos a tener que aguantar más ruidos, polvo ni albañiles. A mediodía, unos tipos metieron un carro al garaje (dejábamos el portón abierto por los materiales que llegaban) y se metieron a la casa donde sólo estaban la trabajadora y mi pastor alemán de ocho años. No había nadie de la familia, ni siquiera mi papá que era el supervisor, y Marielena recuerda que cuando llegaron, los ladrones tenían instrucciones de matarlo si aparecía. No tengo idea por qué Laika no atacó. Ya estaba mayor, y por los albañiles afuera, la obligaban a estar dentro de la casa y eso la deprimía. De alguna forma terminó rondando en la calle, ilesa, por que algunos vecinos la vieron. Los vecinos y los vigilantes, los idiotas que miraron todo y ni siquiera llamaron a la policía. Un ladrón vigilaba a Marielena, que en su nerviosismo pidió permiso para apagar el arroz, y los demás saquearon toda la casa. No quedó gaveta sin vaciar, electrodoméstico que no se llevaran, cuadro que no bajaran de la pared esperando encontrar una caja fuerte, los ilusos. Yo llegué a mi casa como tres horas después, cuando habían detectives haciendo inventario de lo robado y buscando huellas. Laika estaba con vida, encerrada en un cuarto.
Nadie murió, nadie salió herido, nadie vio nada. Pero todos cambiaron. Mis papás entraron a una especie de depresión y paranoia, los efectos económicos fueron terribles y mi perro murió unos meses después. Casi no hacen reparaciones en la casa y la remodelación original no está del todo terminada. Yo detesto a cualquier electricista, fontanero o a cualquier ayudante que entre aquí, por mucha confianza que se le tenga. Lo más perturbador es sentir que no estás a salvo en tu propio hogar. Siempre he creído que el miedo es un imán y he sentido que si no los atraigo, los asaltantes no tienen razones para acercarse. Por eso no me importa caminar en la calle, irme en los buses o pulular por lugares concurridos. Pero oír relatos de familias que son atacados en medio de la noche mientras dormían, se levantaron en la mañana y todo había desaparecido, te pone a pensar.
Siempre me burlaba de la tendencia armamentista de los hombres de mi familia (fue toda una sorpresa cuando me dieron una pistola por primera vez y resultó que tengo una puntería excelente). Pero esta noche no quiero imaginar qué hubiese pasado si no tuviésemos nada con qué por lo menos hacer la lucha. Al parecer todo fue una falsa alarma y ya se fueron a acostar, pero yo sigo intranquila. Mi ventana queda al lado del patio, y estoy indefensa. No tengo ni un mísero gas lacrimógeno, del que me deshice hace unos años en uno de esos ataques súbitos de limpieza.
Cuando todo empezó, lo primero que pensé fue “Pero soy feliz, esto no debería de estar pasando.” Pequeña ingenua, como si la alegría te fuera a defender de los peligros. O quizá. No tengo mejor arma en este momento.
Mmm, usaste una canción de los beatles de título para tu post. Cuando se lee el título de esa canción se supone una intención, pero vos si sabes la verdadera intención de la canción, no?
ReplyDeletetengo una ligera idea de el significado que se le ha dado, nada que ver con la que yo le doy, pero me encantaría saber que conocés vos.
ReplyDeleteno sabia eso fijate, yo había escuchado un montón de historias que relacionaban la canción con drogas y a Yoko con la "Mother Superior". Gracias por tu comentario ;)
ReplyDeletesi es cierto lo de las drogas y yoko tambien.
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