Quiero los beneficios del compromiso sin sacrificar mi libertad. Pensando en las múltiples opciones que se despliegan frente a mí, me di cuenta que no estoy satisfecha con ninguna. Cada una de ellas exige dejar de lado algo de lo que no quiero desprenderme. Me encanta un pensamiento que pulula por mi cabeza en estos momentos: “Estoy demasiado joven”. No he vivido mucho todavía, mi círculo de amigos es demasiado reducido, mis experiencias pasadas no son suficientes como para decir aquí me quedo y no necesito ver nada más. Yo sé que puedo hacerlo, prometer algo permanente y cumplir, pero tengo 20 años, ¿tengo que decidir ahora para el resto de mi existencia? Cuando empecé la universidad ese fue uno de los sentimientos que más me agobiaba: la irreversibilidad de mi juicio. El ser un inexperimentado espécimen de la raza humana y tener que decidir algo para siempre. Jim Morrisson vivía diciendo “we want the world and we want it now”, y yo me la creí, pero él nunca se levantó una mañana, graduado del Liceo Franco sin ninguna pista de lo que quería hacer por el resto de su vida. Con todos los caminos supuestamente abiertos, pero ninguno con alguna señal de neón que te dijera que era por allí.
Este es otro tema, pero sigo en el limbo. Como siempre, mi jugada más segura es aquella en la que no involucro a nadie, me quedo sola y espero que la respuesta aparezca por arte de magia mientras me dedico a mis ocupaciones varias. El ocho de espadas continúa apareciendo en mis lecturas de tarot: sentirse restringido, confuso e impotente.
Preparar todo para crear un mundo. Eso es lo que puedes hacer, eso hago.
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